(HASTA LA INVENCIÓN DEL TELÉFONO Y LA RADIO)
#01.- INTRODUCCIÓN #02.- LOS TELÉGRAFOS ÓPTICOS #02.1.- Sistema francés de Claude Chappé (1792) #02.2.- Sistema británico de Murray (1794) #02.3.- Los semáforos #02.4.- En Estados Unidos #02.5.- El telégrafo propuesto por Chudy #03.- LOS TELÉGRAFOS ÓPTICOS EN ESPAÑA #03.1.- Sistema hispano-francés de Betancourt y Bréguet (1796) #03.2.- El telégrafo de Hurtado #03.3.- España hasta 1844. El telégrafo de Lerena #03.4.- Sistema español de Mathé (1844) #03.5.- Importancia de las redes de telegrafía óptica en España #03.6.- Los heliógrafos #04.- EL TELÉGRAFO ELÉCTRICO. #04.1.- Los antecedentes #04.2.- Telégrafos de Agujas #04.3.- Telégrafos de Cuadrante #04.4.- Telégrafos escritores. Telégrafo Morse #04.5.- Telégrafos de impresión (Teletipos) #04.6.- España y la telegrafía eléctrica #05.- LA TELEGRAFÍA A TRAVÉS DEL MAR
Desde los orígenes de la Humanidad el hombre ha sentido la necesidad de comunicarse. La Historia nos muestra cómo su evolución ha estado siempre ligada a la transmisión de la información y del pensamiento.
Inicialmente las noticias a transmitir eran generalmente para prevenir ataques de grupos enemigos, conocer el desarrollo y consecuencias de las batallas, avisar de acontecimientos notables, llevar órdenes y mandatos de la autoridad, etc. Para esto en principio utiliza los sonidos vocales; más tarde, los sonidos de percusión como el "tam-tam" (obtenido sobre un tronco seco y hueco), o las trompas, fabricadas con caracoles marinos o astas de reses. El uso de tambores, trompetas, campanas y otros artilugios sonoros también fueron empleados para transmitir mensajes a cierta distancia.
Como ejemplo de ello, el historiador griego Diodorus Cronus, en el siglo IV A.C. cita que el rey persa Darío I (522 al 486 A.C.) para enviar noticias a través de su vasto imperio (que iba desde la India al Danubio) utilizaba a una serie de personas, con buena voz y pulmones, apostadas en lugares elevados, que se gritaban el mensaje de unas a otras. Ello era un sistema de comunicación relativamente rápido, pero que exigía un alto número de personas, ya que éstas debían de estar apostadas a distancias máximas de hasta 200 metros, ya que a mayores distancias los mensajes comunicados a gritos podían ser poco compresibles. Un sistema parecido emplearían unos siglos más tarde los galos para comunicarse, según comenta César, durante la conquista romana de las Galias. El sistema podría ser rápido, pero posiblemente poco secreto, y requerían un muy alto número de personas para mantener un sistema de comunicación de este tipo.
Las fogatas de Agamenon durante la guerra de Troya |
Cuando el hombre descubre y domina el fuego, lo utiliza también para comunicarse. Grandes hogueras en las cimas de los montes servían a tal efecto. Los persas ya usaban la transmisión de informaciones a distancia mediante procedimientos ópticos, procedimiento perfeccionado posteriormente por los griegos. Estos usaron fuegos durante la noche y reflexiones de la luz solar en espejos y señales de humo durante el día para comunicarse. En La Orestíada, Esquilo narra cómo Agamenón tenía dispuestas montañas de leña en todos los cerros desde Troya hasta Micenas para enviar noticias de la guerra de Troya a sus palacios, y anunció a Clitemnestra (su mujer) la victoria sobre los troyanos. Esta comunicación mediante señales de fuego debió de funcionar, ya que Clitemnestra pudo preparar el asesinato de Agamenón sin sorpresas.
El historiador griego Polibio (siglo II A.C) en varios fragmentos de su historia hace referencia a la transmisión de información en el siglo IV a.C. descrita por Eneas el Táctico, conjugando el fuego y el agua en un recipiente llamado Clepsidro (nombre con el que se denomina actualmente a los relojes de agua). Eneas el Táctico fue el primer escritor occidental que escribió varios tratados sobre el arte de la guerra, y posiblemente fue estratega militar arcadio o uno de los muchos jefes mercenarios que abundaron, en el siglo IV a. C., en Grecia.
El clepsidro descrito por Eneas estaba formado por un vaso de gran tamaño lleno de agua, provisto de un grifo en su parte inferior, y en cuyo interior había una tablilla vertical en la cual habían grabados unos símbolos convencionales, cada uno con un significado concreto. Usando dos clepsidros iguales, uno en cada estación terminal, se llenaban hasta el borde y entonces se operaba sobre los grifos, abriéndolos o cerrándolos al mismo tiempo. La sincronización de estas operaciones se realizaba mediante señales ópticas, con teas encendidas. Al abrir los grifos simultáneamente, el nivel del agua debía disminuir en ambos clepsidros de manera igual, de manera que al cerrar los grifos al mismo tiempo posteriormente, ambos clepsidros deberían tener el nivel del agua en el mismo símbolo de la tablilla. Este símbolo era el que indicaba la noticia que se quería comunicar.
Los cartagineses disponían de un sistema similar. Éstos situaban sobre torres de igual altura soldados provistos de un farol y un gran vaso lleno de agua en cuyo fondo había un grifo. Flotando en el agua se disponían unas tablillas dotadas de unos bastoncillos verticales de distintas longitudes. Cada tablilla tenía un significado: peligro, paz, guerra, victoria, derrota, etc... Dejando ir el agua al mismo tiempo en ambas torres, al bajar el nivel del agua, bajaban también las tablillas flotantes. La noticia comunicada era aquella que correspondía al bastoncillo que al final de la transmisión su punta quedaba a la altura del borde del vaso. Los guardianes de las dos estaciones se sincronizaban con señales realizadas con los faroles (moviéndolos de arriba a abajo, o de izquierda a derecha), e incluso verificaban si la noticia recibida era la misma que había transmitido la otra estación, y si no era así, comenzaba de nuevo la operación, hasta recibirse la noticia correctamente.
Los griegos revolucionaron los sistemas de transmisión a distancia al introducir el uso de banderas de distintos colores, método que profundamente modificado actualmente se sigue usando en algunos ámbitos (p.ej, en la marina).
Los romanos también dispusieron de sistemas de comunicación rápida, basados en el uso de antorchas colocadas en distintas posiciones sobre torres situadas, a distancias apropiadas, a lo largo de las grandes calzadas del imperio romano. De hecho, hay una imagen de este sistema en la columna de Trajano.
El método de las ahumadas, o comunicación mediante señales de humo, ya arranca desde la época romana, y también se empleó en muchos otros lugares del mundo. Los incas lo usaron para transmitir noticias desde todos los confines de este imperio andino hasta Cuzco, su capital. Y conocido es también el uso que hacían de este sistema algunos pueblos indios nativos de Norteamérica.
El uso de las señales de fuego y de humo se emplearon en la Edad Media en España tanto por los moros como por los cristianos, y eran sistemas que avisaban, de castillo en castillo y/o de colina en colina, de que se había producido algún hecho esperado.
Por lo que cuentan las crónicas reales, el método de las ahumadas fue utilizado en España y Francia hasta bien entrada la Edad Moderna. Era una época en la que las comunicaciones eran lentas y dependían de estado de los caminos, de la fuerza y la velocidad de los caballos. Este método consiste en transmitir informaciones mediante el uso de señales de humo que se hacían desde montículos, naturales o artificiales, situados sucesivamente, a distancias de no más de 12 Km, y divisables unos de otros. Las noticias se iban sucediendo de una a otra ahumada hasta llegar a su destino, y su mejor cualidad era la velocidad de transmisión, y eso que aún no se contaba con la ayuda de catalejos.
Por el sistema de las ahumadas se constituyó una importante red de comunicaciones en España, que enlazaba las principales ciudades del reino. Parece ser, a tenor de las investigaciones históricas, que hubieron unos cinco intinerarios generales que formaban una red que iba desde León hasta Sevilla, pasando por Valladolid y Zaragoza. El "centro de comunicaciones" estaba en Medina del Campo (Valladolid).
De la velocidad de transmisión de las ahumadas se sabe que entre Valladolid y Toledo, teniendo preparadas buenas resinas y pajas para las hogueras y una buena antorcha para el encendido, un mensaje tardaba dos horas en llegar, lo cual era un gran adelanto frente al método más lento de mensajeros a caballo. A modo de ejemplos, a finales del siglo XIV, Pedro IV de Aragón (1319-1387) usó un sistema de ahumadas para comunicar movimientos de flotas o ejércitos enemigos a sus propias tropas, y en el año 1405, se comunicó al rey castellano Enrique III Trastamara (1379-1406), que se hallaba en Segovia, el nacimiento de su hijo Juan en la ciudad de Toro (Zamora), situada a unos 200 km de distancia, a las dos horas de haber tenido lugar el alumbramiento.
Estos sistemas no cambiaron mucho a lo largo de varios siglos, y así p.ej., la presencia de la Armada Invencible española, divisada en Plymouth (Inglaterra), fue señalada por medio de fuegos a Londres, donde la noticia llegó en media hora. Esto ocurrió en el siglo XVI.
Se puede citar la aportación que tuvo a estos medios de comunicación óptica la invención del catalejo en el siglo XVI por Zacarías Jannsen, que permitía la observación de señales ópticas a una distancia mayor, y de hecho sirvió de base un par de siglos después para la implantación de los denominados sistemas de telegrafía óptica.
Estos sistemas aportaron una gran rapidez a las comunicaciones entonces existentes, pero tenían varios inconvenientes: Por un lado, estaban limitados en cuanto al contenido de los mensajes, pues sólo se utilizaban para transmitir informaciones prefijadas del tipo "peligro, alarma, victoria...", no pudiendo codificarse cualquier otro contenido en los mensajes. Por otro lado las condiciones atmosféricas entorpecían mucho las comunicaciones ópticas (la niebla, la lluvia, el viento...), y por otro lado, estos medios de comunicación estaban limitados a las altas esferas de los dirigentes del reino o nación, siendo un secreto de estado los códigos usados en las comunicaciones. Una noticia privada, por urgente que fuera, no tenía otro camino para llegar a su destino mas que el tradicional por correo.
Estos sistemas de comunicación visual no se pueden considerar técnicamente como sistemas de telegrafía óptica ya que no utilizaban un sistema unificado con unas reglas homogéneas y regularizadas. Esto comenzará a ser una realidad a finales del siglo XVII.
El telégrafo óptico constituye una versión muy mejorada de las primitivas y sencillas señales de humo y permite el envío de mensajes perfectamente adaptados al lenguaje escrito del país y, por tanto, la transmisión de las noticias con toda clase de detalles y máxima precisión. Los elementos esenciales del telégrafo óptico son: el Indicador mecánico de varias posiciones diferentes para exponer signos, letras, etc., de acuerdo con un determinado código; la Torre de cierta elevación, sobre la cual se monta el indicador, y el anteojo para poder divisar a mayor distancia las señales.
La primera idea sobre el empleo de las leyes ópticas para la transmisión a distancia de signos es atribuible al físico-químico inglés Robert Hooke (1635-1703). Éste la expone públicamente en su discurso pronunciado en la Royal Society de Londres, en 1664, pero no merece la atención suficiente por parte de los investigadores de la época y ha de transcurrir casi un siglo para que se inicien los trabajos sobre dicha idea.
También existe un grabado de 1616 del alemán Franz Kessler que representa el primer telégrafo óptico capaz de enviar mensajes letra a letra. En este telégrafo el emisor es un barril tumbado sin una de las tapas que contenía en su interior un fuego, que se dejaba ver a distancia levantando una tabla de madera situada delante de la boca abierta del barril. Levantarla una vez representaba la letra A, dos veces la letra B, y así sucesivamente. Este sistema no era muy práctico para crear una línea telegráfica mediante cadenas de estaciones de este tipo, y posiblemente su uso estaba restringido para salvar un solo tramo, por ejemplo, un brazo de mar o un ancho río.
Telégrafo óptico dibujado por Kessler
Con la industrialización, las nuevas necesidades de la época, tanto militares, comerciales e incluso ciéntíficas, hacían que se deseara conseguir sistemas de comunicaciones a distancia más rápidamente, y por ejemplo, a nivel científico en 1787 ya se estaban realizando mediciones sobre el tamaño de la Tierra colaborando los observatorios de Greenwich (Inglaterra) y de París (Francia). Mediante hogueras a uno y otro lado del Canal de la Mancha se podían realizar triangulaciones, pero no se podían pasar datos al no tener un sistema de señales adecuado para ello.
También en esa época ya se contaba con un instrumento óptico perfeccionado, el anteojo acromático, instrumento que ya permitía ver con detalle objetos y símbolos situados a distancias similares a las que separaban las hogueras y ahumadas empleadas en los sistemas de comunicación de avisos. Anteriormente los anteojos tenían el problema de la aberración cromática, que hacía que a distancia los objetos se vieran borrosos. El anteojo con lentes acromáticas permitió ver con precisión objetos incluso a distancias mayores, lo que permitía espaciar más las ubicaciones de las estaciones ópticas.
En esa época, en julio de 1789, en Francia y en plena Revolución Francesa es ordenado sacerdote un joven francés de 25 años, llamado Claude Chappé d'Auteroche. Chappé había nacido en Brülon en diciembre de 1763, siendo hijo de una familia acomodada, nieto de un barón francés. Chappé recibía como paga una renta eclesiástica que le permitía vivir con cierto desahogo económico, pero transcurrido un tiempo, la Revolución suprime las rentas eclesiásticas, Chappé pierde su paga, se truca su carrera religiosa, y tiene que volver a su ciudad natal, Brülon, coincidiendo con sus hermanos Ignace, René, Abraham y Pierre-François, que también regresaron por razones parecidas (desempleo).
Claude Chappé, que se había dedicado a estudiar física y química (como muchos ilustrados de la época), es ayudado por sus hermanos, y empezó a experimentar en física, publicando cinco ensayos, abordando la transmisión de los impulsos eléctricos por hilos, tema que pronto abandonó, quizás por no disponerse en aquella época de suficiente información sobre electricidad. Y comenzó a trabajar junto con sus hermanos en un sistema de comunicaciones que fuera eficaz, con ánimo de lucro.
En 1790 Claude Chappé y sus hermanos habían concebido un sistema de señales ópticas que permitía, por medio del correspondiente código, transmitir signos alfabéticos y numéricos a distancia, lo cual permitía enviar verdaderos mensajes, compuestos por palabras y siguiendo un código convencional. De hecho, su sistema ya lo experimentó en 1791. Se trataba de un sistema sincronizado de de señales ópticas.
Representación del sistema sincronizado de
telegrafía de Chappé (1791), por Dubious.
En este modelo de telégrafo, una aguja podía girar sobre un panel vertical (similar a la esfera de un reloj clásico), pudiendo adoptar hasta 10 posiciones distintas. Una vez se ha posicionado la aguja en la posición seleccionada, el operador enviaba un sonido con una campana, para indicar al observador distante la transmisión del símbolo seleccionado. Este modelo de telégrafo tenía como inconveniente su poca resolución angular: la separación angular entre símbolos adyacentes es demasiado pequeña para poder distinguir desde la distancia la posición exacta de la aguja.
Claude y sus hermanos se trasladaron a París quizá en busca de mayores posibilidades, encontrándose con ciertas dificultades debido a la propia Revolución. Ensayó diversos modelos de telégrafos ópticos, que les fueron destruidos creyendo que eran instrumentos para una conspiración monárquica auspiciada por el rey Luis XIII. Entre 1791 y 1792 ensayaron un telégrafo óptico basado en el uso de varios paneles señalizadores, paneles que podían adoptar dos posiciones para un observador distante: "visto" y "no visto". Este modelo de telégrafo sería deshechado por Chappé, aunque sería copiado pocos años después en Inglaterra, y Chappé ensayaría otro modelo de telégrafo.
Pero como Francia en esa época se encontraba en guerra con los estados monárquicos de Inglaterra, Prusia, Austria, Holanda y España y padecía sublevaciones en Marsella y Lyón, la Asamblea Nacional Francesa (el Gobierno Central) tenía la necesidad imperiosa de disponer de un sistema de comunicación más rápido que los mensajeros a caballo para recibir y transmitir órdenes y despachos de guerra. Por ello la Asamblea Nacional se interesó finalmente por las posibilidades del sistema de Chappé, y éste presentó finalmente su modelo que había de ser el definitivo a través de uno de sus hermanos, Ignace Chappé (1760-1829), que era diputado, ante la Convención Francesa el 22 de mayo de 1792, siendo muy bien acogido. Se concedió a Chappé una subvención de 6.000 francos para la construcción de una línea de prueba, constituida por tres estaciones de propiedad del estado.
En 1792 Chappé se pone al frente de la construcción de una línea entre París y Lille, distantes unos 230 Km, acuñando para este sistema de comunicaciones el término "Telégraphe" ("el que escribe a distancia") en 1793. Chappé había barajado inicialmente el término "Tachigraphe" ("el que escribe deprisa"), pero tras consultarlo con varias personas, fue finalmente el helenisa y militar Mr. Miot de Mélito (1762-1841) quien le sugirió la palabra "Telegraphe".
Claude Chappé. Haz clic en la imagen para ampliar. |
(Nota: con la aceptación de la palabra telégrafo quedarían atrás otros intentos posteriores para denominar estos nuevos sistemas de comunicación a distancia, como la palabra "telelograph" o "tellograph" del irlandés Richard Lowell Edgeworth, cuyo significado literal es "máquina que envía palabras a distancia", o la más extravagante "Porrología" ,del griego porro = lejano y lógos = estudio o palabra, del aragonés Vicente Requeno).
La línea París-Lille, de 230 km, estaba montada sobre 22 torres, la última de las cuales estaba ubicada en la cúpula del Palacio del Louvre, al cual incluso realzaba. Las torres constituían las distintas estaciones de la línea, unas se construyeron a tal efecto, y otras se ubicaron en edificios prominentes. Era condición necesaria que cada torre tuviera a la vista a la torre anterior y a la siguiente. Con esta línea, ese mismo año de 1792 se enviaron con éxito los primeros mensajes entre París y Lille.
Los trabajos de Chappé le son recompensados en 1793 nombrándole Ingeniero Telegrafista, siendo el suyo el primer título mundial de ingeniero radiotelegrafista.
El 19 de julio de 1794 la Convención (gobierno francés) recibe el primer telegrama de la historia, en cuyo texto se anunciaba la toma por parte del ejército republicano francés de la plaza fuerte de Condé-sur-l'Escaut, hasta entonces en poder de las fuerzas austriacas. El mensaje decía: "Condé de nuevo en nuestro poder: La guarnición enemiga se ha rendido esta mañana". La noticia había sido transmitida hasta París desde la ciudad de Lille, por la citada línea de telegrafía óptica, y llegó a París en menos de una hora después del acontecimiento.
Este éxito hizo que rápidamente se construyeran otras líneas, incluida la línea París-Toulon. Incluso en noviembre de 1794 una línea unía Francia con Austria, pudiendo enviarse un mensaje a lo largo de toda la línea en 3 horas (normalmente con los medios de la época tardaba 3 días en ser entregado).
El sistema de Chappé fue conocido casi desde sus inicios en otros países gracias a los informes de este avance tecnológico de sus servicios de información y espionaje, por lo que el sistema fue copiado en unos países europeos y en otros realizaron sus propios sistemas de telegrafía óptica. El segundo en establecer una red de telegrafía óptica fue Suecia, casi a la par que Hungría. España, el Reino Unido y Alemania tampoco tardarían en dotarse de este sistema de comunicación. En Estados Unidos se comenzó a principios del siglo XIX a establecer una red de telegrafía en la costa Este, aunque no llegaría a tener relevancia ya que nunca llegó a abarcar una parte apreciable de su territorio.
Francia estaba en situación de guerra permanente con Inglaterra, y su situación política interior se tranquilizó en 1802, y a consecuencia de ello dejan de usarse muchas de las líneas telegráficas de Chappé, excepto la de Brest, que era usada y financiada por la Armada francesa. En 1804 Napoleón se autoproclamó emperador en Francia y entró en guerras con varios países europeos, y tuvo gran confianza en el sistema de Chappé como medio para coordinar el imperio y el ejército, y multiplicó las líneas telegráficas. En 1812 encargó el desarrollo de un telégrafo móvil para desplazar a los frentes de guerra. Napoleón hizo buen uso de una red de telégrafos móviles durante su campaña de Rusia (aunque ésta acabara siendo un desastre por culpa del duro invierno ruso).
Cuando a mediados del siglo XIX apareció la telegrafía eléctrica, en Francia el entramado de las líneas de telegrafía óptica alcanzaba casi los 5.000 km, con más de 534 estaciones, y unía en una gran red treinta ciudades con la capital (París). La red francesa constaba entonces de tres líneas que salían de París: Una hacia hacia el norte, otra hacia el este, y otra hacia Bretaña.
Chappé se quitó la vida en el año 1805 tirándose a un pozo en su hotel de París, quizás por no superar una depresión de tipo melancólico, y por las demandas ante rivales que habían plagiado su modelo de telégrafo óptico militar. Sus hermanos seguirían trabajando con su sistema telegráfico.
Debido a sus características, el mantenimiento del sistema telegráfico de Chappé era costoso, y el Gobierno no daba suficiente presupuesto para el mantenimiento, por lo que Chappé propuso dar a conocer a diario el curso de la Bolsa de París, pero el Gobierno no lo aceptó. Sí aceptó la transmisión de los números ganadores de la lotería nacional, a cambio del pago anual de 150.000 francos franceses. Incluso en 1824 Ignace Chappé, hermano del ya fallecido Claude Chappé, intentó aumentar el interés en el uso del telégrafo óptico empleándolo para la transmisión de mensajes comerciales a precios asequibles. Sin embargo la comunidad empresarial se resistió a esta propuesta.
En 1846 el gobierno francés se inclinó por un nuevo medio de comunicación, el telégrafo eléctrico. En aquel momento muchos intelectuales advirtieron de la debilidad del nuevo sistema, ya que un cable telegráfico podía sabotearse fácilmente cortándolo. En 1853 se implantó definitivamente la telegrafía eléctrica en Francia y se comenzó a abandonar el sistema óptico de Chappé.
El telégrafo de Chappé se había mantenido funcionando con eficacia más de 50 años, en una época muy agitada de la historia moderna de Francia, e incluso se vio rodeado de una leyenda romántica, que inspiró a poetas como Víctor Hugo y a cantantes populares de la época. Incluso el telégrafo óptico de Chappé tiene un papel relevante en la obra de Alejandro Dumas El conde de Montecristo, en la que el conde soborna a un operador descontento para que envíe un mensaje financiero falso, que sirve para arruinar a un rico banquero que que injustamente hizo que le enviaran a prisión 20 años antes. En la novela el autonombrado conde de Montecristo paga generosamente al operador de la torre para que pase un mensaje diferente del que recibe, en el que se informa que la revolución ha estallado en España, y que el rey de España se exilia, ocasionando la devaluación inmediata de toda la deuda española. El banquero, que tiene mucha inversión en España, malvende, y pierde una gran cantidad de dinero en la operación, arruinándose con ello.
España no dió la espalda al progreso y son varios los proyectos de telegrafía óptica que ven la luz entre 1794 y 1808, destacando entre ellos los de hombres como Ximénez Colorado, Salvá y Campillo, Hurtado y Betancourt.
Como curiosidad, fuera del ámbito europeo, el sistema de Chappé también encontró aplicación en Egipto.
Torre del telégrafo de Chappé restaurada en Annoux (Francia) |
Cuando comenzaron a desarrollar los hermanos Chappé un modelo de telégrafo óptico, determinaron experimentalmente que era más fácil ver y distinguir en la distancia ángulos en una vara que la presencia o ausencia de paneles señalizadores, por lo que el telégrafo de Chappé se desarrolló siguiendo el principio de una vara señalizadora que podía cambiar de posición.
Sintetizando, el telégrafo de Chappé constaba de un mástil situado en la cúspide de una torreta, en cuyo extremo superior podía bascular (mediante un eje central) un travesaño de 4,25 m de largo, denominado "Regulador". En sus extremos el regulador llevaba otros dos travesaños más pequeños, de 1,8 metros de largo, pintados de negro y también giratorios sobre un eje, llamados "Indicadores". Regulador e indicadores eran manejados por el operario de la torre donde estaban montados a través de un sistema de cuerdas y poleas (una polea por cada elemento giratorio), y estaban bien contrapesados, por lo que el operador podía manejar el conjunto con sólo dos manijas.
Cada polea podía hacer que reguladores e indicadores tomaran posiciones diferentes, a cada una de las cuales se le asignaba un significado. Este sistema de brazo articulado permitía hasta 98 configuraciones o señales diferentes, que el operador de la siguiente torre leía con la ayuda de un catalejo, transmitiéndolo por el mismo método a la siguiente estación. Obviamente, las torres debían de estar a la vista una de la otra. Las torres estaban situadas a distancias que oscilaban entre los 12 y los 20 kilómetros, y cada una tenía un telescopio o catalejo apuntando a la torre anterior y posterior de la línea. También se hicieron experimentos con faroles colocados en los brazos para su uso nocturno, pero demostraron una baja eficacia.
Cada indicador podía adoptar 7 posiciones diferentes, separadas entre sí 45 grados, por lo que entre los dos indicadores se conseguían 49 combinaciones distintas. Chappé había considerado que 45 grados era la menor diferencia entre posiciones de los indicadores que fueran lo suficientemente diferentes como para que no se pudieran confundir a distancia.
El regulador podía adoptar dos posiciones, horizontal y vertical, de manera que el total de combinaciones obtenibles en el telégrafo de Chappé son las 98 mencionadas. Otras dos posiciones del regulador, inclinadas 45 grados, son posiciones de servicio.
Al mecanismo de manubrios, cuerdas, poleas y contrapesos que movían el regulador y los indicadores se acoplaba también dentro de la torreta a una maqueta pequeña del telégrafo, de manera que ésta reproducía y mostraba al operador de la torre en todo momento cual era la posición de los distintos brazos del telégrafo. Este mecanismo fue desarrollado para Chappé por el genial relojero suizo-francés Abraham Louis Bréguet en 1792.
Torreon del sistema óptico de Chappé | Mecanismo del telégrafo óptico de Chappé | Mecanismo del telégrafo óptico de Chappé |
Durante los cincuenta años que duró el uso del telégrafo de Chappe se emplearon diversos sistemas de codificación, desde un primitivo código alfabético, desechado rápidamente por su lentitud, hasta varios compendiados en diccionarios que permitían cifrar un número finito de expresiones. El código utilizado al principio fue silábico. Cada una de las 98 combinaciones se correspondía con una sílaba, adoptando un código similar al de la taquigrafía. Más tarde se pasó a códigos de vocabulario, según número de página en un libro y número de orden de la palabra en ella. El que más se empleó utilizaba un diccionario de 92 páginas con 92 palabras por página, lo que hacía un vocabulario de 8464 palabras (= 92x92). Cada palabra se transmitía con dos signos: El primero para indicar la página del libro de códigos y la segunda para indicar el número de orden en dicha página que ocupaba la palabra transmitida. Para esta codificación se empleaban 92 de los 98 signos o señales que permitía el telégrafo, y los 6 signos restantes se emplearon para señales auxiliares del sistema telegráfico.
El sistema de Chappé era un tanto engorroso: Había que visualizar y memorizar cada uno de los signos recibidos, buscarlo en el libro de códigos, y volverlo a transmitir moviendo los manubrios que desde la torre controlaban regulador e indicadores. Una vez transmitido un signo, la torre receptora debía de repetirlo, con lo que en la torre transmisora se confirmaba que la receptora lo había recibido bien, y podía pasar a transmitir el siguiente signo.
Para transmitir un signo, el operador debía colocar primero el travesaño regulador en una de las dos posiciones de servicio (regulador inclinado 45 grados), y a continuación, colocar los dos travesaños indicadores en las posiciones adecuadas. Una vez realizado esto, se llevaba el regulador a la posición horizontal o vertical (según el símbolo a transmitir), las cuales servían además como validación del símbolo.
Con todo, el sistema era lo suficientemente rápido para transmitir frases más usuales del lenguaje corriente. Aunque el sistema de Chappé contaba con la limitación debida a las condiciones meteorológicas adversas, la experiencia y habilidad de los operadores franceses era tal que una noticia tardaba en recorrer los más de 1000 Km que separan Marsella de París en no más de media hora. Como curiosidad, cada uno de los símbolos transmitidos requería unos 20 segundos en cada torre, tiempo necesario para posicionar los travesaños del telégrafo.
Además el sistema se podía hacer fácilmente portátil y de hecho el ejército francés lo usó de esta manera (una estación telegráfica se podía transportar e instalar fácilmente). Hay constancia que cuando entraron en España los 100.000 hijos de San Luis, en 1823, en apoyo del rey español Fernando VII frente a los constitucionalistas, disponían de una brigada telegráfica militar dotada de estaciones telegráficas portátiles de Chappé, y en agosto de ese año quisieron establecer una línea óptica Madrid-Aranjuez, instalando dos de sus estaciones en el Observatorio Astronómico de El Retiro y en el Cerro de los Angeles, respectivamente, y con la intención de prolongar posteriormente la línea hacia Andalucía.
Uno de los mayores problemas que presentaba el telégrafo óptico de Chappé (y por extensión, los que le sucedieron en otros países de Europa) era que los símbolos o señales producidos por el telégrafo eran planos, por lo que habían de ser mirados de frente para ser leídos bien. Un telégrafo óptico visto desde posiciones laterales no presentaba información alguna, o era difícil de leerse correctamente, como puede imaginarse. Esto obligaba a que los trazados de las líneas de telegrafía óptica fuesen casi rectilíneos y el tener que dar una curva en el trayecto era realmente complicado. De todos los sistemas de telegrafía óptica que existirían en Europa, los ideados por los españoles Betancourt y por Mathé (ver más adelante) fueron los que admitían mayor ángulo de visión (más de 45º), muy superior a la del telégrafo de Chappé, por lo que ambos sistemas serían muy elogiados en círculos científicos del continente.
Pero el que quizá era el mayor inconveniente de los sistemas de telegrafía óptica era el derivado de las lógicas inconveniencias de su medio. De noche eran poco fiables y aunque se hicieron experimentos fijando faroles a los elementos señalizadores de los telégrafos, lo cierto es que ninguno de los prototipos superaría la prueba con resultados satisfactorios en ningún país de Europa. Por otro lado, con lluvia intensa, niebla, nieve o calima se hacían prácticamente invisibles las estaciones contiguas, por lo que la transmisión había de ser interrumpida.
El ejemplo del telégrafo de Chappé fue pronto seguido en otros países, y en el caso de Inglaterra, George Murray tomó como modelo el sistema sueco, lo perfeccionó y lo adaptó a las exigencias inglesas del momento. Los ingleses estaban en guerra con la República francesa, y tenían una gran necesidad en establecer un sistema de comunicación rápido entre Londres y los puertos del Canal de la Mancha, y se sintieron espoleados a instalar líneas de telegrafía óptica para cubrir tal necesidad por la noticia del telégrafo de Chappé, de reciente instalación en Francia.
Telégrafo Murray en Shutter (Inglaterra), año 1795 |
En otoño de 1974 Lord Murray propuso al Almirantazgo inglés el sistema de telegrafía óptica que había desarrollado, basado en el sistema de panel ideado por Chappé en 1791-1792, y por tanto, sin semejanzas con el telégrafo que finalmente Chappé instaló en Francia. El telégrafo de Murray se instaló, y su importancia quedó probada de sobras, ya que es base fundamental de la telegrafía moderna e incluso introduce conceptos básicos de la informática.
En 1794 los ingleses construyeron varias líneas para enlazar Londres y los puertos del Canal de La Mancha, siendo la primera línea la línea Londres-Deal, y a la que siguieron las líneas con Portsmouth, Plymouth y otros puertos ingleses. El sistema estuvo en funcionamiento unos 20 años, algunas de estas líneas se mantuvieron hasta hasta 1814, mientras duró el enfrentamiento bélico con Francia.
Como anécdota, la estación de Chelsea quedaba fuera de servicio cada vez que el viento soplaba del este, a causa del humo industrial que traía procedente de la ciudad de Londres, que invadía el valle del Támesis, y que dificultaba mucho la visión a distancia.
Parecido al sistema de paneles de Murray fue el telégrafo óptico que se implantó en 1795 en Suecia, siendo Suecia el segundo país en tener un sistema de telegrafía óptica después de Francia, y casi a la par que Inglaterra. Su implantación fue debiada a un sueco nacido en la ciudad de Abo (actualmente ciudad de Finlandia), Abraham Niclas Clewberg (1754-1821), que fue secretario privado del rey sueco Gustavo III, y cuyo apellido lo cambió por el de Edelcrantz tras recibir en 1783 una carta de nobleza. Edelcrantz comenzó la construcción de la primera línea de telegrafía óptica sueca en enero de 1795 entre la iglesia de Katerina en Estocolmo, y la fortaleza de Vaxholm, distante unos 35 Km.
Mientras que el telégrafo de Chappé se basa en el uso de barras de madera que podían orientarse en el plano vertical adoptando diversos ángulos para codificar la información a transmitir, el telégrafo de Murray se basa en el uso de paneles señalizadores que pueden adoptar dos posiciones: visible y no visible. Las distintas combinaciones de paneles en posición de "visible" se corresponden con los distintos caracteres alfanuméricos (es un código literal).
El equipo telegráfico de Murray estaba formado por un bastidor vertical de madera con dos filas verticales paralelas de tres grandes agujeros rectangulares cada una (6 agujeros en total). Dentro de cada agujero podía girar un disco oscuro, adoptando éste las posiciones vertical (de plano) y horizontal (de perfil), que correspondían a "visto" (agujero tapado) y "oculto" (agujero visible) respectivamente para un observador alejado. Los discos eran accionados mediante poleas desde la caseta sobre el que se instalaba el bastidor de madera. Desde dentro de la caseta, el operador del sistema empleaba un catalejo para observar a través de una pequeña ventana la siguiente estación telegráfica.
Los seis rectángulos en posición de "visto" y "oculto" configuraban un conjunto de señales codificadas. El número posible de combinaciones era de 64, correspondiéndose a un código literal. Cada combinación se correspondía con una letra o número, pero también se usaba un código de frases (basado en el uso de diccionarios de expresiones cifradas).
Telégrafo óptico de Murray y varias de las posibles combinaciones. Tomada de la publicación de la UIT "Del semáforo al satélite" (1965). Haz clic en la imagen para ver más detallado el telégrafo. |
El telégrafo óptico de Chappé comenzó a funcionar en 1794 y tuvo muy buena acogida, siendo el primer sistema práctico de transmisión de mensajes a largas distancias, implantándose en Francia. Pero en 1798 el ingeniero naval Laval y el responsable del puerto de Le Havre, Peytes-Moncabrié, proponen otro tipo de telégrafo que permitía a la vez de la comunicación terrestre, enviar mensajes a los navíos. A dicho telégrafo de costas su inventor lo denominó "Vigigraphe" (que vendría s significar "vigía que escribe sus observaciones".
El Vigigraphe resultó complicado de operar y fué sustituido por un diseño de Charles Depillon (o Dupillon) (1768-1805) y puesto en práctica por el capitán de navío Louis León Jacob denominándolo "semaphore". Etimológicamente la palabra semáforo significa "portador de señal" (del griego sema = señal y phoros = "que lleva").
Semáforo de Depillon, para uso costero |
Por entonces tanto la palabra telégrafo como semáforo se emplearon indistintamente para definir las múltiples variantes y mejoras diseñadas en diversos países de estos sistemas de comunicación óptica a distancia, si bien, pronto surgieron ligeros matices que permitían adoptar una u otra palabra según los casos.
La palabra Telégrafo se empleó para las redes de comunicaciones ópticas bidireccionales y más complejas, que requerían un sistema de control más desarrollado. En cambio, la palabra Semáforo se empleó en las redes más sencillas, normalmente asociadas a la vigilancia costera, y no necesariamente bidireccionales, siendo su mínima expresión un único aparato que enviaba mensajes limitados y que no requería contestación por parte de los destinatarios.
Sería el desarrollo del ferrocarril en la primera mitad del siglo XIX, junto con el desarrollo de la telegrafía eléctrica (que irían parejos, como ya veremos), los que acabarían ayudando a fijar el significado inequívoco de ambas palabras, al adoptarse el telégrafo eléctrico como un sistema de transmisión de mensajes abierto al público, y limitarse el uso de los semáforos al control del tráfico ferroviario.
Los primitivos semáforos eran, como los telégrafos de Chappé, dispositivos señalizadores con brazos mecánicos, y sólo con la aparición de la electricidad evolucionarían en el siglo XX hasta los semáforos de luces (como los usados actualmente para regular el tráfico rodado, con sus luces rojas, ámbar y verdes).
Estados Unidos no adoptó el telégrafo óptico hasta el año 1800, construyendo una línea entre Martha's Vineyard y Boston, con una longitud de 104 Km, y siendo usada preferentemente para transmitir noticias referentes al movimiento de barcos.
De la rapidez que se asoció al telégrafo, da idea que a inicios del siglo XIX algunas empresas comerciales usaron el término "Telegraph" para convencer al público de la rapidez de sus diligencias. Un ejemplo está en el nombre del conocido periódico "Dayly Telegraph".
En Estados Unidos, aunque comenzó a establecerse una red de telegrafía óptica a principios del siglo XIX en la costa Este, esta red no llegaría a tener relevancia con el tiempo, ya que nunca llegó a abarcar una parte apreciable del territorio de Estados Unidos de la época.
Hay que citar que anteriormente a todo lo explicado, en 1787, el húngaro Josef Chudy, propuso un sistema telegráfico, que no se llegó a emplear, que contemplaba tres versiones, con tambores, con campanas y con señales ópticas, y las tres versiones usaban una moderna codificación de tipo binario de los signos transmitidos, mediante el uso de cinco elementos que pueden adoptar dos estados posibles.
En la versión óptica de Chudy, el telégrafo propuesto constaba de 7 paneles que pueden tomar dos posiciones, una posición baja y una posición alta. Dos de los paneles se empleaban para enviar señales de servicio (entre las cuales se indicaba si el signo transmitido era una cifra o una letra), y los cinco restantes, alineados horizontalmente, codificaban las señales de información. El operador telegrafista, mediante unas cuerdas y poleas, podía mover verticalmente cada uno de los paneles entre su posiciones alta y baja.
La versión óptica de Chudy permitía su funcionamiento nocturno, ya que el movimiento vertical de los paneles podía tapar o dejar visible una luz situada detrás de cada panel. Para eso los paneles se colgaban de una de las caras de una gran caja en la que se practicaban unas ventanas, una por panel, que eran tapadas por los paneles en su posición baja. Introduciendo una luz en la caja, sólo los paneles colocados en posición baja tapaban las correspondientes ventanas, las cuales dejaban de verse iluminadas.
Telégrafo óptico propuesto por Chudy. Haz clic en la imagen para ampliarla. |
A España llegaron las primeras noticias del telégrafo óptico de Chappé a cargo de La Gaceta de Madrid, la cual en su número del 14 de octubre de 1794 publicó los resultados de las pruebas de Chappé. Igualmente, el 4 de noviembre se da cuenta de las pruebas realizadas por el equipo del profesor del Real Observatorio de Madrid, don Salvador Ximénez Colorado en las que se corroboraron los excelentes resultados obtenidos con catalejos de lentes acromáticas.
En 1799 se presentan ante Carlos IV varias propuestas de modelos de telégrafo. De todas ellas, cabe destacar la de Josef Fornell, consistente en 11 bolas de día, o faroles de noche, que conformarían los diferentes símbolos a transmitir. Se encomendó el estudio detallado de esta propuesta al canario Agustín de Betancourt y Molina, que la desestimó por considerarla demasiado compleja y propensa a fallos mecánicos. Poco después, el propio Agustín de Betancourt, el cual gracias a sus viajes de estudios conocía los sistemas francés (Chappe) y británico (Murray), el que realizaría el primer sistema de telegrafía óptica español, superior incluso al de Chappé.
El canario Agustín de Betancourt y Molina (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1758 - Rusia 1824) fue un ingeniero y uno de los científicos más relevantes de la época, posiblemente era el español de mayor nivel científico de su época. Era hijo de Agustín de Betancourt y Castro, asiduo participante en la Tertulia de Nava y miembro fundador de la Sociedad económica de La Laguna. Precisamente en la recién creada Sociedad presentó en 1778 su primer diseño, una máquina epicilíndrica para entorchar seda, realizada en colaboración con sus hermanos José de Betancourt y Castro y María de Betancourt y Molina, de la que parece había surgido la idea. María de Betancourt presentaría también a la Sociedad Económica de la Laguna una "Memoria de sobre la forma de obtener el color carmesí", muy probablemente la primera memoria científica firmada por una mujer en Canarias.
En 1778 marchó a Madrid a estudiar en los Reales Estudios de San Isidro, y favorecido económicamente por el Conde de Floridablanca, amplió sus estudios de ingeniería en París entre 1781 y 1784, donde estuvo becado por el rey Carlos III de España. Enviado a recorrer Europa por Carlos III para recabar información de los progresos de la ciencia, Betancourt copiaba las máquinas con la intención de crear un gabinete de máquinas en Madrid, que realmente se llegó a crear en 1792. Todo ello hizo que Betancourt adquiriera un gran nivel científico y se pusiera en contacto con muchos investigadores y científicos de toda Europa.
En 1792 se inauguró el Real Gabinete de Máquinas de El Retiro (Madrid), del que fue nombrado director, y se hizo público el primer Catálogo de modelos, planos y manuscritos del Gabinete que incluía 270 máquinas, 358 planos y más de 100 memorias con 92 gráficos, todos los cuales habían recogido o diseñado durante su estancia en París, en colaboración con Juan López Peñalver.
Abraham Louis Bréguet |
Durante su estancia en París de 1781-84, Betancourt hizo amistad con el relojero suizo-francés Abraham Louis Bréguet, que sería el colaborador de Chappé en el diseño del mecanismo del telégrafo óptico. Esta circunstancia hizo que Betancourt conociera muy de cerca los trabajos en el telégrafo óptico, tanto la versión francesa de Chappé, por su amistad con Bréguet, como posteriormente la versión inglesa, por haber residido en Londres (comisionado por Carlos IV para adquirir aparatos para el Gabinete de Máquinas) entre 1793 y 1796, años éstos en los que Murray construía su versión particular del telégrafo óptico en Inglaterra como respuesta rápida al telégrafo francés. Las dudas que se le plantearon sobre la efectividad de los dos sistemas le indujeron a idear un nuevo tipo de telégrafo, que enseñó a Bréguet en París a su regreso de Londres en 1796, regreso forzado por la ruptura de relaciones entre España e Inglaterra como consecuencia de la firma del tratado de San Ildefonso entre Francia y España.
Betancourt y Bréguet perfeccionaron juntos el invento, logrando unos avances considerables respecto al de Chappé, tanto en velocidad de transmisión como en seguridad a la hora de captar los mensajes de una torre a otra. Betancourt consideraba el sistema de Chappé complicado y poco eficaz.
El sistema ideado por Betancourt, y desarrollado en su mecánica por su amigo Bréguet, era bastante diferente del sistema de tres brazos de Chappé, y su mecánica era aparentemente mucho más sencilla. Principalmente consta de un mástil en cuyo extremo superior podía girar una pieza móvil, que los autores llamaron aguja, que era una especie de flecha o travesaño con forma de T (gracias a una pequeña barra perpendicular en un extremo de la flecha, que permitía diferenciar ambos extremos del travesaño), de perfiles muy marcados y regular tamaño, que podía girar alrededor de su centro de gravedad en lo alto del mástil una vuelta completa, y que estaba preparada para adoptar 36 posiciones diferentes a 10 grados una de otra, posiciones que estaban convenientemente señalizadas. Con estas 36 posiciones se podían codificar 26 letras y 10 cifras.
La aguja era manejada desde la base del mástil mediante un manubrio o volante y un sencillo mecanismo de transmisión a correa y poleas. La polea principal, que está fijada al manubrio que manejaba el operador telegrafista, tenía su circunferencia dividida por tantas ranuras como ángulos diferentes adoptaba la flecha (36). Un resorte, que lleva en su extremo una rueda (o punta), se apoyaba contra la circunferencia, y en el instante en que el operador interrumpía el movimiento del manubrio, la rueda entraba en una de las muescas, trabando mecánicamente el manubrio y dejando por tanto la aguja fijada en la posición a la que ha sido llevada. Cada muesca llevaba la indicación de la cifra o letra que tenía asignada la posición adoptada por la aguja del telégrafo.
Las torres de la línea, que podían estar separadas entre sí a distancias de hasta 12 Km, disponían de dos catalejos, uno apuntando a la torre anterior y otro hacia la siguiente torre, con los que ver las posiciones de las respectivas agujas.
La aparente simplicidad del sistema de Betancourt se complementaba con la mayor complejidad del sistema de catalejos, que operaban sincronizados con la aguja de la estación, y que es el verdadero adelanto del telégrafo de Betancourt con respecto al de Chappé, y que introdujo el concepto de sincronización entre estaciones.
Ambos catalejos estaban previstos de un tubo ocular que podían girar sobre su eje si se actuaba sobre ellos. Ambos catalejos disponían en su punto focal una línea con punta de flecha que divide diametralmente el campo visual en dos partes (como las miras telescópicas de los rifles de precisión, pero con una línea en lugar de la cruz), y en el ocular había grabada una figura circular con un signo cada 10 grados. Los tubos oculares de los dos catalejos de cada torre estaban acoplados mecánicamente mediante una cadena de transmisión (correas y poleas) al manubrio o volante con el que el operador de la estación movía la aguja de la torre, de manera que al actuar sobre ésta, los tubos oculares de ambos catalejos giraban sincronizadamente el mismo ángulo que la aguja de la torre. Con ello, la posición de la línea de punta de flecha del ocular de ambos catalejos era paralela en todo momento a la posición real de la aguja de la torre, y en la figura circular del ocular, fija, se podía entonces leer el símbolo correspondiente al que apuntaba la flecha.
Los catalejos de cada estación debían ser ajustados con precisión (dirección de apuntamiento y mirillas; la flecha interna de cada catalejo debía posicionarse paralela a la aguja de la estación), y una vez ajustados, no debían de ser ya tocados.
La torre origen del mensaje simplemente manejaba el manubrio para poner su aguja en la posición correspondiente al signo a transmitir. Después, mirando por el catalejo (cuyo ocular había quedado "sincronizado" con la aguja de la torre gracias al mecanismo descrito) se observaba la repetición del mismo signo en la torre intermedia. En una torre intermedia, cuando la torre anterior transmitía una señal, el operador simplemente giraba el manubrio de señales observando a través del ocular del catalejo correspondiente que la flecha del catalejo se alineaba paralelamente a la aguja de la torre transmisora, pero ello conducía también a que la aguja de la torre se posicionara en el mismo signo recibido. Ello era advertido por la torre transmisora, que así comprobaba que la torre intermedia había recibido bien el signo transmitido, pero también era advertido por la siguiente torre de la línea, que al ver la señal de la torre intermedia, repetía la misma operativa. Y así operaba toda la cadena de torres de la línea. En caso de error en la transmisión de un signo bastaba hacer oscilar la aguja de la torre de izquierda a derecha un par de veces y volver a fijarla en el signo a transmitir, hasta que la siguiente torre repitiese el signo correcto. Los errores eran casi inexistentes, dada la precisión del mecanismo utilizado (que había sido desarrollado por Bréguet).
Este sistema era tan perfecto que prácticamente no hacía falta que los telegrafistas "intermedios" supieran el código de señales. La transmisión era fácil porque los signos estaban grabados en el manubrio principal de la torre así como en los oculares de los catalejos. Incluso si la imagen percibida por el catalejo era borrosa, era descifrable por simple paralelismo de la grabada en el ocular del catalejo. Y por otro lado el sistema se podía usar de noche, simplemente colocando lámparas de aceite en las puntas de la aguja, lo que permitía un servicio permanente de 24 horas.
No obstante cada estación anotaba el mensaje retransmitido por dos razones: tener constancia del mensaje, y poder enviar una persona a caballo con el mensaje hasta la siguiente torre en caso de no haberlo podido transmitir por dificultades como niebla densa u otro impedimento.
El sistema de Betancourt incluso tenía previsto un método para imprimir en papel automáticamente los mensajes transmitidos, cosa que Betancourt finalmente no implementó "para no complicar el sistema". Para ello bastaba asignar a cada una de las 36 posiciones del manubrio o volante de mando un signo o letra, y acoplar a dicho manubrio una rueda con tipos de imprenta, de manera que los signos correspondientes a cada ranura de la polea se imprimieran en una franja de papel en el mismo orden y a medida que se fueran transmitiendo.
El nuevo telégrafo pudo ser presentado por Betancourt, asociado a Bréguet, en la Academia de Ciencias del Instituto de Francia en 1797, y pretendió comparar las ventajas de su telégrafo frente al de Chappé. Chappé, que en esa época ya ostentaba la Jefatura de los Telégrafos Franceses, se opuso incluso furiosamente (hubo incluso campaña periodística, con insultos incluidos) a realizar pruebas comparativas. Chappé rechazaba la idea de que se pudieran distinguir bien a distancia ángulos de 10 grados, y de hecho su telégrafo usaba posiciones separadas 45 grados, que era el menor ángulo posible que consideraba que podía percibirse a distancia sin errores. Sin embargo, no se molestó en informarse del mecanismo del telégrafo que proponía Betancourt.
Como el sistema de Chappe ya estaba funcionando, el Gobierno francés no consideró conveniente sustituirlo por el que ofrecía Betancourt, a pesar de los elogios recibidos por éste de todas las comisiones de sabios a las que fue sometido, y de que el coste de instalación de una línea con este sistema telegráfico era inferior a una equivalente de Chappé. Hubo polémica en los periódicos franceses y finalmente la Academia de las Ciencias de Francia nombró una comisión que preparó una prueba para comparar los sistemas de Betancourt y Chappe, prueba que quedó reducida a una exhibición del telégrafo de Betancourt porque Chappé no se prestó a colaborar. El sistema de Betancourt-Bréguet fue muy elogiado y respaldado por la gran mayoría de los miembros de la Academia, entre los cuales habían importantes científicos como Laplace, Coulomb o Lagrange, pero el sistema de Betancourt finalmente no fué adoptado por Francia, por la gran (y lógica ?) oposición de Chappé, jefe de los Telégrafos Franceses, que ni siquiera se molestó en informarse del funcionamiento del telégrafo de Betancourt. Incluso el propio Napoleón estuvo muy interesado en que en Francia se implantara el sistema telegráfico de Betancourt.
Chappé tuvo el mérito de idear un sistema telegráfico útil para Francia y gestionó la creación de una buena red de telegrafía óptica, pero no se esforzó demasiado en racionalizar y mejorar su invento, dando la sensación de que éste era un hallazgo feliz de su ingenio. Por contra, Betancourt y otros buscaron mejoras de este nuevo sistema de comunicaciones, tanto en la codificaciçon de las señales como en las sincronizaciones entre estaciones transmisoras y receptoras.
Vuelto Betancourt a España en diciembre de 1798, fue nombrado Inspector General de Puertos y Caminos, y con el apoyo de Luis Mariano de Urquijo, Ministro de Estado entre 1797 y 1800, y los informes favorables de la Academia de Ciencias Francesa proporcionados por el embajador de Francia en Madrid, obtuvo de Carlos IV una Real Orden (del 17 de febrero de 1799) por la cual se aprobaba el proyecto de instalación de la telegrafía en España. En este proyecto se debía construir una línea telegráfica entre Madrid y Cádiz, que se inició en 1799. Este telégrafo era de tipo eléctrico, haciendo uso de la electricidad estática (aún Volta no había descubierto la pila eléctrica). La línea debía constar de unas 60 ó 70 estaciones, estaba dotada con un presupuesto de un millón y medio de reales, tenía un plazo de ejecución de 20 meses, y fue dirigida directamente por el propio Betancourt.
La línea llegó a funcionar aceptablemente en su primer tramo entre Madrid y Aranjuez, pero al querer ampliar la línea hasta Cádiz se encontró con numerosas dificultades, por lo que decidió optar finalmente por la telegrafía óptica, mucho más segura. Para ello contó con Bréguet. Pero por motivos aún no esclarecidos (pudo influir bastante la crisis económica que atravesaba España), dicha línea nunca se acabó, originándose un tremendo fracaso, y parece ser que sólo se pudo utilizar el tramo Madrid-Aranjuez, que había entrado en funcionamiento en agosto de 1800, y prácticamente a efectos de pruebas. No hay documentación ni pruebas físicas que indiquen que esta línea se extendiera más allá de Aranjuez.
Agustín de Betancourt se vió perseguido por el primer ministro (desde 1792) Manuel Godoy (un envidioso afrancesado, que fue conocido como "El Príncipe de la Paz" por la firma de la Paz de Basilea que puso fin a la guerra entre España y la Francia revolucionaria de 1793-1795), por la Santa Inquisición (denunciado por Godoy al afirmar Betancourt que podía enviar palabras por un cable electrizado) e incluso por los franceses, por lo que debió huir fuera de España en 1807, siendo muy bien acogido por el zar Alejandro I de Rusia. En Rusia, de donde ya no volvería a España, realizó importantes obras de ingeniería, muchas de las cuales aún perduran, y alcanzó puestos de gran relevancia (llegó a ser incluso capitán de los ejércitos del zar).
Agustín de Betancourt, en su época rusa. Haz clic en la imagen para ampliar. |
Con la invasión de los franceses de España en 1808, y gobernada España de hecho por Godoy, el sistema de Betancourt comenzó a ser desinstalado. Cabe decir que el sistema de Betancourt tuvo muy buena opinión del propio Napoleón al verlo superior al de Chappé, y quiso instalarlo en Francia, cosa que no se llevó a cabo por la oposición frontal del propio Chappé, entonces Director General de los telégrafos franceses, como se ha explicado anteriormente.
Residiendo en Rusia, Betancourt fue nombrado mariscal del ejército ruso, quedó adscrito al Consejo Asesor del Departamento de Vías de Comunicación. Posteriormente fue nombrado Inspector del Instituto del Cuerpo de Ingenieros y, en 1819, Director del Departamento de Vías de Comunicación. A lo largo de los 16 años de su estancia en Rusia alternó la dirección académica del Instituto de Ingenieros con la realización de numerosas obras públicas, como el puente sobre el Nevka, la modernización de la fábrica de armas de Tula o la fábrica de cañones de Kazan, la draga de Kronstadt, los andamiajes para la Catedral de San Isaac o la Columna de Alejandro I, el canal Betancourt de San Petersburgo, la feria de Nizhni Novgorod, la fábrica de papel moneda, el picadero de Moscú, la navegación a vapor en el río Volga, sistemas de abastecimiento de aguas, ferrocarriles, etc. Pero a partir de 1822 comenzó a tener problemas con el zar y fue sustituido en la dirección del Instituto, quedando relegado hasta su muerte en 1824.
Betancourt murió en San Petesburgo en 1824, añorando volver a España, pero antes de su muerte ya había proyectado un telégrafo óptico capaz de transmitir señales binarias con 1024 códigos diferentes, que se usaban para transmitir letras, números, palabras de control y frases predefinidas. Dicho telégrafo se empezó a instalar en Rusia tras su muerte.
Este telégrafo se basaba en el uso de los números binarios. En cinco filas superpuestas, con dos elementos cada una (es decir, con un total de diez elementos) que pueden adquirir múltiples configuraciones según cada elemento sea visible o no, al cambiar su posición. Con ello la torre podía enviar hasta 1024 señales diferentes, cuya codificación no conocemos actualmente, pero se puede suponer que los distintos signos podían corresponder a letras (incluso de distintos alfabetos: latino, cirílico, sueco...), números, "palabras de control" (fin transmisión, principio transmisión, repetir, etc), palabras usuales y frases hechas (salúdale atentamente, espero sus noticias, etc).
El telégrafo óptico de Betancourt-Bréguet se implementó rápidamente por toda Europa, en detrimento del de Chappé, tras la muerte de Betancourt.
Por la brillante trayectoria de este canario, Betancourt está considerado como el "Leonardo Da Vinci español".
Agustín de Betancourt debió abandonar España al ser perseguido por el ministro Godoy, y su sistema telegráfico comenzó a ser desinstalado cuando sobrevino la invasión francesa. La telegrafía óptica sufrió un parón en España en los siguientes años, y sólo hubo ciertos intentos en el ámbito militar para crear líneas telegráficas ópticas, como las llevadas a cabo primero por el teniente coronel de ingenieros Francisco Hurtado y más posteriormente por el oficial de marina Juan José Lerena.
Hurtado desarrolló una red militar consistente en cuatro líneas que unían Cádiz con sendas ciudades de la bahía de Cádiz, a saber: Sanlúcar de Barrameda, Medina Sidonia, Chiclana de la Frontera y Jerez de la Frontera, y con un tramo desde esta última localidad hasta Sevilla, que funcionó temporalmente. Esta red estaría en funcionamiento (en su totalidad o en parte) hasta 1820. La red era de uso eminentemente militar, sin apenas repercusión el el ámbito civil, y ya debió prestar servicio durante la batalla de Trafalgar, en 1805.
El telégrafo óptico de Hurtado. Dibujo realizado para un estudio histórico del Cuerpo de Ingenieros del Ejército publicado en 1911. Haz clic en la imagen para ampliar. |
Pero a partir del año 1808 España entró en una época convulsiva y agitada (ese año estalló la Guerra de la Independencia como respuesta a la invasión francesa), en la que no hubo ningún signo de progreso, hasta el año 1844, que es cuando se establecería un Sistema Nacional de Telegrafía Optica. Cabe decir que durante la Guerra de la Independencia, sitiado Cádiz por las tropas francesas, se mantuvo, sin embargo, en funcionamiento la línea Cádiz-Torregorda -Santi Petri. Después, lo que quedaba de la red telegráfica de Hurtado estuvo en servicio hasta 1822.
El sistema ideado por el teniente coronel Hurtado era del tipo semafórico. La máquina del telégrafo era, simplemente, un asta y dos paletas que podían girar en un plano vertical, movidas por medio de poleas, para adoptar las combinaciones del código empleado. Este sistema proporcionaba 24 combinaciones, que eran asignadas a las cinco vocales, quince consonantes y cuatro combinaciones de servicio. Además, mediante una de las combinaciones de servicio podía cambiar el significado de las 20 letras en números y viceversa (algo que casi un siglo después, se emplería en los teleimpresores).
Como en los demás sistemas ópticos, el código alfabético resultó demasiado lento y, como en otros telégrafos ópticos, finalmente se adoptó también un código basado en un repertorio cifrado de frases y expresiones más usuales. El diccionario correspondiente contenía predominantemente expresiones militares pero, si era necesario, se podía construir cualquier frase pasando al procedimiento de codificación de letra a letra. El código se componía de grupos de tres señales, pero en cada grupo no se admitía la repetición de ninguna señal, ni podían intervenir las cuatro combinaciones de servicio. El total de grupos útiles de tres señales era de 812.
El material de cada estación se reducía a la máquina señalizadora, un anteojo, un reloj y los códigos. El personal necesario era militar, del Cuerpo de Ingenieros, y se reducía a dos técnicos o vigías y tres auxiliares o sirvientes. Los vigías eran los encargados de la preparación de los avisos, cifrándolos de acuerdo con los diccionarios, variando su redacción, sin alterar el concepto, si era necesario para el cifrado. Los sirvientes se encargaban de manejar la máquina uno de ellos, y otro de llevar a caballo los avisos al siguiente puesto cuando la niebla o alguna avería impedía la transmisión, y el tercero era el ranchero.
Desde la primera línea de telegrafía óptica inaugurada en España en 1800, hasta 1846, la red no experimentó una gran expansión debido fundamentalmente a las crisis de Gobierno y a las guerras internas en nuestro país.
El sistema de Betancourt-Bréguet comenzó a ser desinstalado en España durante la Guerra de la Independencia contra la invasión francesa, y sólo el telégrafo militar del teniente coronel Hurtado estuvo en funcionamiento en la provincia de Cádiz hasta 1820.
Durante la Guerra de la Independencia hubo alguna propuesta de establecer alguna red de telegrafía óptica presentada a la Junta Suprema Central que dirigía desde Cádiz la lucha contra la invasión francesa, aunque no fueron aprobadas. Destaca la presentada por Josef Chaix Isniel (nacido en la actual Xátiva, antiguamente San Felipe, en 1765), científico matemático y astrónomo español que participó comisionado por el Gobierno Español en los trabajos de medición del arco de meridiano terrestre que daría origen al nacimiento del metro como unidad de longitud, llevados por el francés Méchain y otros, antes de estallar la Guerra de la Independencia. Su propuesta de telégrafo de Chaix se presentó en julio de 1809, estaba basado en una reciente propuesta anterior de un telégrafo ideado por el franciscano Fray Juan Soler, que no obtuvo un dictamen favorable por la Junta Suprema Central, y era un telégrafo inspirado en el telégrafo británico de Murray, el cual había conocido durante una estancia de Saix en Inglaterra. El hecho de que el telégrafo del coronel Hurtado estuviera en funcionamiento en las costas de la provincia de Cádiz posiblemente fue la causa de que el telégrafo de Chaix no fuera aceptado.
Juan José Lerena y Barry fue un oficial de Marina que había servido en los mares de Europa y América desde 1809, y participó activamente en la defensa de Cádiz en 1823 contra los Cien Mil Hijos de San Luis que Francia envió a España en apoyo del rey absolutista Fernando VII y, como consecuencia de la derrota de los liberales y de la nueva implantación del absolutismo, se exilió, marchando a los pocos días de la caída de Cádiz a los Estados Unidos de Norteamérica, donde permaneció exiliado hasta el año 1829, y donde ideó un sistema de telegrafía óptico. Pero ese año pasó a Cuba, y el 20 de febrero de 1830, se reunieron en el navío "Soberano", en el puerto de la La Habana, varios oficiales de Marina, sus antiguos compañeros, a los que presentó un telégrafo de día y de noche, de mar y tierra, con el propósito de interesarles en el tema.
Aunque la Marina española tenía su propio sistema de señales mediante el uso de banderas y faroles, del que incluso se había publicado un diccionario de claves telegráficas en 1819, el telégrafo de Lerena obtuvo un informe favorable esta presentación en La Habana, y fue enviado a Madrid. Lerena además presentaba, no sólo un proyecto de sistema telegráfico, sino también un plan general de líneas telegráficas para la Península. A raíz de todo ello se le encargó la construcción de su sistema telegráfico en España. Por ello regresó a España en julio de 1830, y después de pasar por la purificación política correspondiente, fue repuesto en su empleo y se dedicó de lleno a efectuar demostraciones de su aparato. De resultas de tras una presentación de su proyecto ante la Corte real, en febrero de 1831, Juan José Lerena recibió el encargo (publicado en la Real Orden del 8 de febrero de 1831) de construir y poner en marcha una red telegráfica entre Madrid y los Reales Sitios (esto es, Aranjuez, Segovia y San Lorenzo del Escorial). Tres meses después concluyó la construcción de las 4 estaciones de la línea entre Madrid y Aranjuez (Torre de los Lujanes, Cerro de Los Ángeles, ambas en Madrid, cerro de Espartinas en Valdemoro, y "Monte Parnaso" ya en Aranjuez), línea que muy probablemente estaba basada en la anterior de Betancourt.
El 24 de julio de 1832 entró en funcionamiento la línea Madrid-San Ildefonso, con estaciones intermedias en el Puerto de Navacerrada y Hoyo de Manzanares. En marzo de 1834 comenzó a funcionar la línea Madrid-Carabanchel Alto, en julio de 1834 la de San Ildefonso-Riofrío, y el 28 de agosto de 1834 comenzó la construcción de la línea Madrid-El Pardo. Esta última línea fue de uso privado de la Familia Real, que la empleó para mantenerse al tanto de las noticias que llegan a Madrid cuando la Familia Real estaba en alguna de sus residencias del extrarradio.
El telégrafo de Lerena tenía dos partes: un mástil, que permitía elevar una bola y situarla en distintas posiciones, y un panel que cambiaba de color. Lerena indicaba que su sistema empleaba cuatro signos, pero no revela más detalles, incluso tiene interés en no darlos. El establecimiento de cada signo exigía dos segundos. Las torres que soportaban el telégrafo podían encontrarse a una distancia máxima de dos leguas y media (unos 12 km), y el coste de cada torre se calcula en 25.000 reales.
Sin embargo, gracias a un informe elevado por el propio Lerena al Consejo de Ministros, se conoce con bastante detalle no sólo las torres que construyó y su coste, sino el número de despachos que por ellas se cursaron y el ahorro que ello supuso para el Estado. Por ejemplo, en 1831 se cursaron diversas comunicaciones y se realizaron ejercicios de instrucción, en 1832 se efectuaron 335 comunicaciones entre Madrid y Aranjuez y 361 entre Madrid y San Ildefonso, pero en 1833 no se cursó ningún despacho oficial, lo que demostraba el desconocimiento que tenían la Corte y los gobernantes de la utilidad que podía tener el telégrafo, y ello explica también el poco apoyo que su implantación obtenía. Ese año de 1833 se gastaron, pues, inútilmente, 151.219 reales en sueldos del personal que operaba el sistema (que estaba perfectamente operativo) y en gastos de mantenimiento de las torres.
Ese año de 1833 muere tras una enfermedad el rey Fernando VII en San Ildefonso, dejando como heredera al trono su hija la infanta Isabel (nacida en 1830, y que no sería mayor de edad hasta 1843), algo que fue rechazado por Carlos Isidro (hermano de Fernando VII) y sus partidarios, que se creía con más derechos al trono. El país se divide entre los carlistas y los liberales o isabelinos, y la pugna dinástica da lugar a que estalle en España la primera guerra carlista (1833-1840). En esta guerra jugó un importante papel la telegrafía óptica como medio de comunicación por parte de las tropas isabelinas entre Pamplona y Logroño.
Durante 1836 el ejército liberal construyó una red propia de 13 a 15 estaciones telegráficas que partiendo de Pamplona, pasaba por Logroño y terminaba en Vitoria, rodeando de este modo el territorio entre la llanura de Alava y las sierras que se interponen entre esta llanura y el Ebro, ya que esta zona estaba ocupada por las tropas carlistas, las cuales dificultaban sobremanera la comunicación entre las capitales citadas. El artífice de esta red fue el general don Manuel Santa Cruz, director de Telégrafos del Ejército de Operaciones del Norte. A él se debe la organización de dos líneas estables de comunicaciones (Logroño-Pamplona y Logroño-Vitoria), un sistema original de telégrafo y el correspondiente diccionario de claves. Las dos líneas se unían en Logroño y proporcionaban un enlace entre Vitoria y Pamplona, mediante 13 estaciones intermedias que eran torres fortificadas y guarnecidas permanentemente, y las líneas trazaban un semicírculo alrededor de Estella (Navarra), punto fuerte y capital de los carlistas, y objetivo supuestamente final de la guerra.
Parte de la línea Logroño-Navarra era: Lerín - Andosilla - Lodosa - Ausejo. En los boletines de Logroño de estos años de guerra fue frecuente encontrar noticias que empezaban por "Según el telégrafo de Ausejo se ha recibido del de Lodosa...". Por esta línea llegó al campo isabelino la primera noticia de la herida mortal recibida por el general carlista Zumalacárregui en junio 1835 durante el asedio de Bilbao por los carlistas. Si bien es digna de mención por la celeridad con que esta línea fue trazada y construida, y la eficacia con que fue empleada durante la guerra, una vez finalizada la guerra en 1840, esta red telegráfica no se utilizó posteriormente (ni siquiera en las siguientes guerras carlistas) y se abandonó, debido al mal estado en que quedaron muchas de sus torres tras los combates y a que el recorrido, trazado expresamente con un cometido militar, tenía poco encaje en la fututa red nacional de telegrafía, la cual no empezaría a construirse hasta 1844.
El sistema ideado por el General Santa Cruz consistía en un mástil, con dos travesaños horizontales fijos a diferentes alturas y dos indicadores (dos discos), uno a cada lado del mástil, que podían variar su posición respecto a los dos travesaños fijos. Cada indicador podía adoptar 7 posiciones. Los dos indicadores y los travesaños de referencia podían iluminarse mediante faroles y ello permitía mandar mensajes nocturnos. Probablemente se intentó, inicialmente, el funcionamiento por un sistema de codigo alfabético, lo que podía realizarse fácilmente ya que los dos indicadores proporcionaban 7 x 7 = 49 signos, más que suficiente para las letras, cifras y signos complementarios.
La lentitud del procedimiento alfabético obligó a cambiar el código, y se utilizó entonces una codificación de frases según un diccionario. Este diccionario comprendía varias secciones en cada una de las cuales va aumentando la complejidad del significado de los signos. Los códigos más sencillos constan de un solo dígito y los más complejos de ocho. La notación se hace asignando a uno de los indicadores una cifra y al otro la cifra en forma de índice. Las frases codificadas eran eminentemente militares, aunque existían también palabras y voces sueltas, así como frases e incluso medias frases con variaciones prolijas. Tenía expresiones para varios pesos, medidas, monedas, meses, estaciones, vientos y nombres propios. Durante los 4 años de vida de este sistema telegráfico, se transmitieron 2.136 partes, es decir, menos de dos partes diarios
Durante este periodo de guerra, y volviendo a Lerena, éste tenía previsto seguir ampliando su sistema telegráfico, y en marzo-abril de 1835 se iniciaron los trabajos de construcción de una línea telegráfica entre Madrid y Burgos, pasando por Valladolid, y que requeriría 17 torres intermedias. Pero pronto surgieron los problemas económicos para obtener fondos del gobierno para proseguir con las obras, y como consecuencia de ello en octubre se suspendieron las obras tras elaborar y presentar un informe un supervisor enviado por el Gobierno que evaluó la obra realizada hasta entonces. El informe idicaba que el sistema de Lerena era costoso e incluso se llegó a acusar a Lerena de que que había gastado dineros públicos sin control.
Lerena se pasó polemizando con el Gobierno sobre la utilidad del telégrafo y defendiéndose de estas acusaciones durante el resto de 1835 y todo 1836, y finalmente el Tribunal de Cuentas le dio la razón en el terreno del manejo de fondos, aunque ello no sirvió para que se reanudaran las obras de la línea telegráfica entre Madrid y Burgos. Lerena desapareció del escenario precisamente cuando se estaban construyendo las líneas telegráficas militares en Logroño, Navarra y Alava a consecuencia de la guerra carlista. Ese año de 1836 en 1836, ya sólo funcionaba la línea de San Ildefonso, y se cursaron por ella 114 comunicaciones.
Lerena demostró ser un técnico en la materia: Al plantear la línea Madrid-Burgos sugirió el cambio de trayecto para cruzar la sierra de Guadarrama, evitando el alto de Siete Picos y optando por el puerto de los Leones; optó por una línea Madrid-Valladolid-Burgos y no Madrid-Burgos con una derivación a Valladolid, y aconsejó también la construcción de torres fortificadas, requiriendo la intervención de los ingenieros militares. Su amigo, el entonces teniente de navío José María Mathé emplearía diez años más tarde algunas de las ideas de Lerena para desarrollar la primera gran red nacional de telegrafía óptica.
También durante este tiempo surgió algún proyecto de telegrafía óptica que no llegó a llevarse a llevarse a efecto, como fue el caso de la propuesta del barcelonés Francisco Vila, presentada a través de la prensa barcelonesa (en el periódico "El Guardia Nacional") el 24 de mayo de 1838, y que no tuvo eco alguno en las autoridades del momento. El telégrafo óptico de Vila consistía de un conjunto de paneles verticales montado en lo alto de la torre telegráfica, constituido por 15 cuadriláteros paralelogramos rectángulos. El conjunto formaba 5 columnas verticales escalonadas (siendo la más alta la central), y en la parte superior de cada una de las 5 columnas se disponía un panel de señalización. Estos paneles de señalización podían ser de tres colores distintos, y al estar distribuidos estos paneles en escalera, su identificación en la distancia era mejor que si hubieran estado alineados al mismo nivel. A cada color se les daba un valor numérico, y el valor numérico correspondiente a todo el conjunto correspondía a un carácter del alfabeto telegráfico o alfabeto común que se empleara. El número total de las combinaciones del telégrafo de Vila serían de 243 (1024, si se admitía la ausencia de color como un color más), aunque Vila no mencionó nada acerca de alguna señalización de control que reduciría el número de combinaciones posibles, ni de cómo sería la versión nocturna de dicho telégrafo.
Si bien los telégrafos de Hurtado, Lerena y Santa Cruz habían tenido un funcionamiento exitoso e incluso alguno de ellos había gozado de buena prensa, ello no fue suficiente para que los dirigentes de la nación consideraran un asunto de estado el establecimiento de una red nacional de telegrafía. España vivía situaciones políticamente convulsas, y no entró en una etapa de mayor normalidad hasta la finalización de la primera guerra carlista (con el Convenio de Vergara, en 1840) y la proclamación de la mayoría de edad de la reina Isabel II en 1843. El Gobierno decidió entonces modernizar la Administración, pasando de un estado absolutista administrado por el rey y sus secretarios, a un estado más moderno, con la Administración organizada por departamentos en manos de funcionarios profesionales, bajo la dirección del Poder Ejecutivo. Esta transición duró unos 10 años, de 1843 a 1854, y tuvo tanto periodos convulsos como periodos sosegados, con más de catorce gobiernos.
Fue entonces cuando se decidió dotar a la nación de una verdadera red nacional de telegrafía, y se debatió si debía ser una red de telegrafía óptica, muy consolidada en Francia y otros países, o eléctrica, la cual ya comenzaba a despuntar en otros países, si bien aún estaba en sus primeras etapas de desarrollo. El hecho de que la telegrafía eléctrica aún estuviera en desarrollo, que las líneas eléctricas fueran muy vulnerables en zonas de España donde operaban bandoleros y guerrilleros carlistas, y que la telegrafía óptica funcionaba bien y podían establecerse líneas ópticas más seguras basadas en torres fortificadas, decantaron al Gobierno finalmente hacia la telegrafía óptica. También pesó en esta decisión el hecho de que la complicada orografía española dificultaría notablemente el tendido de líneas telegráficas eléctricas soportadas por postes.
Sin embargo, ya desde 1837 el Ministerio de la Gobernación se había preocupado por el establecimiento de un servicio de telegrafía pública y encargó por Real Orden de primero de junio al Director General de Caminos la organización del servicio telegráfico, porque consideraba que el existente (es decir, se admitía que subsistía el de Lerena a los Reales Sitios) era imperfecto "por carecer desde su origen de una organización bien calculada", y consideraba que el medio más seguro para organizarlo mejor era "confiar su dirección al Cuerpo científico con quien tiene una conocida analogía; tal es el de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos". Y probablemente, gracias a ello, se iniciaron algunos trabajos en tal sentido, o al menos se habló de ello, hasta 1843-44. Quizá la falta de recursos o una falta de voluntad dejó este encargo sin mucho éxito.
Pero en 1843 el Ministro de la Gobernación recordó a otro Director General de Caminos, Manuel Varela y Límia (brigadier del Cuerpo de Ingenieros del Ejército y persona muy ilustrada), la existencia de aquellas reales órdenes, y que el proyecto debía llevarse adelante. Manuel Varela se tomó muy en serio el asunto, y así, en 1844, salió el Real Decreto de 1 de marzo, en el cual se estableció el marco para el nuevo trazado de una red de telegrafía óptica en España a cargo de la Dirección General de Caminos, y siendo uno de los máximos responsables del proyecto José María Mathé Aragua, coronel de Estado Mayor que había colaborado con Lerena en el proyecto de telégrafo de este último, amigo de Varela, y que fue el autor del modelo de telégrafo óptico ganador del concurso de ideas que se abrió a tal efecto (al que se presentaron tres proyectos españoles y uno extranjero). El proyecto, de titánicas dimensiones, pretendía unir Madrid con todas las capitales de provincia del territorio peninsular. Este Real Decreto establecía las condiciones que debían cumplir los trazados de las líneas ópticas, distancias entre torres, se definían las tres primeras líneas que debían construirse, etc... Como esta época era una etapa especialmente convulsa de la Historia de España, esta medida pretendía dotar al Estado de un instrumento para el mantenimiento del orden, como reza el preámbulo del citado Real Decreto (por lo que no se contemplaba el uso de la red telegráfica para usos civiles).
José María Mathé Aragua había nacido en San Sebastián en 1800, ingresó en el Cuerpo de Ingenieros de la Armada, y aunque sirvió como oficial de Marina, en 1844 era brigadier de Caballería y coronel de Estado Mayor.
Mathé fue elegido para llevar a cabo la construcción de la primera de las líneas, la línea Madrid-Irún, que adoptó la denominación de "Línea Castilla", en 1844, instalando en ella su propia versión del telégrafo óptico. Mathé era una persona decidida y enérgica, que había colaborado con Lerena en el telégrafo óptico de este último, y no le gustaba perder el tiempo, y resultó ser un gran gestor para todo el trabajo que se avecinaba, el cual supervisaba personalmente con frecuencia. En cuanto se tuvieron los presupuestos aprobados en junio de 1845, inició la construcción de la línea Castilla, basándose en la línea Madrid-San Ildefonso, y entró en funcionamiento el 2 de octubre de 1846. Esta línea unía, a través de 52 torres, Madrid con la frontera francesa en Irún pasando por La Granja, Segovia, Valladolid, Palencia, Burgos, Miranda de Ebro, Vitoria, Tolosa y San Sebastián.
Torre del sistema Mathe, versión más empleada. |
En el transcurso de diez años, a partir de 1844, Mathé logró una red telegráfica en España tan extensa como la que logró Francia en más de cincuenta años. Estuvo constituida por tres grandes líneas, la línea "Castilla" (ya mencionada), la línea "Andalucía" (Madrid-Cádiz) y la línea con la frontera francesa en la Junquera (Gerona).
Tras el cese de su superior, el Director General de Caminos Varela Límia en 1847, Mathé solicita el cargo de Director General de Telégrafos, que entendía que debía ser autónomo de otras Direcciones generales y que el servicio telegráfico debía ser independiente del Servicio de Correos, y doce días después de su solicitud, por la Real Orden de 14 de junio de 1847, se le comisionó para que se ocupara de todo lo relativo a la organización del servicio telegráfico, dentro del Ministerio de la Gobernación, pero con cierta autonomía. En enero de 1851 fue nombrado Director General, con el título de Director Jefe de las Líneas.La segunda línea, proyectada entre Madrid y la frontera francesa en La Junquera, comenzó a construirse en 1848, y no llegaría a funcionar en su totalidad. La línea proyectada pasaba por Aranjuez, Ocaña, Tarancón, Almansa, Valencia, Castellón, Peñíscola, Vinaroz, Tarragona, Barcelona, Gerona y Figueras. El tramo Madrid-Valencia entró en funcionamiento en 1849, con 30 torres, y su funcionamiento fue bastante regular. En 1850 se construyó un ramal entre Tarancón y Cuenca (servido por 8 torres), y se continuó con el trazado Valencia-La Junquera. El tramo Valencia-Barcelona no llegó a cursar servicio, y en diversos momentos funcionaron los tramos Valencia-Castellón, Barcelona-Tarragona, y Barcelona-La Junquera. El trayecto Castellón-Tarragona no llegó a funcionar, ya que en algunas zonas que atravesaba aún operaban a sus anchas las guerrillas carlistas del general Cabrera.
La "Línea de Andalucía" fue la tercera en iniciarse su construcción, y contaba con 59 torres. El primer tramo, Madrid-Puertollano, comenzó a funcionar en 1850. La línea llegó a Cádiz en 1851, y se amplió en 1853 con una última torre en San Fernando (Cádiz). Tenía estaciones en Aranjuez, Toledo (en el Alcázar), Consuegra, Ciudad Real, Puertollano, Santa Cruz de Mudela, Bailén, Montoro, Córdoba, Écija, Sevilla (en la Real Fábrica de Tabaco), Jerez de la Frontera, Cádiz y San Fernando.
El sistema de Marthé funcionó hasta 1857, debiendo dejar paso a la telegrafía eléctrica, ya muy avanzada en otros países. En agosto de 1857 se ordenó el abandono de las últimas torres. De hecho, el sistema de telegrafía óptica de Mathé se implantó cuando ya era demasiado tarde, debido a la aparición y rápida evolución del telégrafo eléctrico, algo de lo que el propio Mathé era consciente ya desde el principio.
Sello de Correos de 1996, conmemorativo del 150 aniversario de la línea óptica de Madrid-Irún, mostrando un grabado de un telégrafo óptico junto a la efigie de su creador, José María Mathé. |
El telégrafo de Mathé constaba fundamentalmente de dos bastidores verticales iguales, cada uno de ellos con tres franjas horizontales negras alternadas con otras blancas más anchas, o simplemente tres franjas horizontales oscuras claramente separadas entre sí. Ambos bastidores estaban emplazados uno al lado del otro separados por un canal vertical en el cual se podía mover verticalmente una pieza llamada Indicador, que podía adoptar doce posiciones diferentes con respecto a las franjas. Las posiciones se correspondían con los signos 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, M, X. El signo M se usaba para indicar signo erróneo, y el signo X para indicar repetición del signo anterior. Una decimotercera posición, consistente en esconder el indicador a la vista, se empleaba para separar dos signos (que se denominaban por ello signos absolutos), o dos frases.
El movimiento del indicador era realizado por una cadena movida por una polea o torno accionado por una manivela, y de cuyo eje era solidaria una rueda dentada con 12 divisiones, cada una de ellas identificada con el correspondiente signo.
Las doce posiciones se obtenían colocando el indicador tangente a las franjas oscuras por la parte inferior o superior, poniéndolo en línea con ellas o colocándolo en el espacio intermedio.
El canal por donde se movía el indicador era coronado por una especie de corona ornamental. Lateralmente a uno de los bastidores había un cable vertical por la que podía desplazarse una bola de cierto tamaño. Esta bola es un señalizador auxiliar para el control de las comunicaciones, pues su posición informaba del estado de la línea, esto es, si la torre estaba lista para transmitir mensajes, o si por el contrario había alguna incidencia por avería o niebla.
Esta bola señalizadora podía adoptar 6 posiciones, correspondientes a los centros de las franjas oscuras del bastidor y los centros de los espacios. Estas posiciones eran las siguientes y tenían los siguientes significados:
Posición 1 : a la altura de la franja superior: Niebla a vanguardia (hacia la siguiente torre), es decir, indicando que no se podía seguir enviando el despacho hacia la siguiente torre. Se usaba también cuando se reanudaba la transmisión interrumpida .
Posición 2 : a la altura central del espacio superior: Llegada de un despacho de mayor categoría, ante el que había que interrumpir la transmisión que se estaba cursando.
Posición 3 : a la altura central de la franja del medio: Ausencia a vanguardia, significaba que el torrero de la torre siguiente no había izado la señal de inicio del mensaje pasado un tiempo prudencial de espera (unos 2 minutos). Calificar de ausencia a un torrero le suponía una multa, porque retrasaba el curso del mensaje. Su empleo dio lugar a rencillas entre torreros colaterales, por si se esperaba más o menos tiempo con tolerancia o mala fe.
Posición 4 : a la altura central del segundo espacio: Cuando coincidían dos despachos de igual categoría, esta señal desempataba, si uno de ellos iba hacia Madrid (o hacia el punto en el que residiera el Gobierno en aquel momento).
Posición 5 : a la altura de la franja inferior: Señal de que estaba funcionando la vanguardia y el mensaje no podía seguir hacia adelante, de momento.
Posición 6 : a la altura central del espacio inferior: Señal de avería de la vanguardia o en la torre propia (según se continuara o no con el movimiento del indicador).
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El funcionamiento de la red comenzaba en la estación desde la que se emitía el mensaje. Se colocaba el telégrafo en una posición prefijada de "alerta" o de "atención". Cuando la estación siguiente avistaba esta señal, colocaba su telégrafo en posición "listo" o "preparado" y el primer telégrafo sabía que podía comenzar a transmitir. Una vez que se comenzaba a transmitir, cada símbolo debía estar unos 20 segundos como mínimo en la posición para que la siguiente estación lo leyese correctamente y colocase su telégrafo en la misma posición, lo cual indicaba a la estación precedente que podía transmitir el siguiente símbolo del mensaje. A su vez, la tercera estación de la línea leía el símbolo en que quedaba colocado el telégrafo de la segunda estación, y procedía a colocar su telégrafo en dicho símbolo, transmitiéndose así cada símbolo transmitido hacia adelante a lo largo de la línea telegráfica.
Los telégrafos de Mathé, como en el caso de los anteriores, estaban instalados en lo alto de torres construidas para ello. El Real Decreto de 1844 fue especialmente cuidadoso en la ubicación de las torres. Dispuso que las líneas telegráficas siguieran preferiblemente las carreteras y caminos existentes, para facilitar el avituallamiento de las estaciones telegráficas, y a ser posible, lo más cerca de pueblos y localidades, por la misma razón. Debían utilizarse estructuras preexistentes para ahorrar recursos, en la medida de lo posible, y así se emplearon castillos, atalayas e incluso torres de iglesias cuando fue posible. Cuando esto no fuera viable, habrían de construirse torres en el lugar, todas idénticas y según el estándar que fijó el propio Mathé. Además, las torres debían estar cada una a una distancia mínima de 2 leguas y máxima de 3, de la siguiente torre. Una distancia menor suponía construir más torres, lo que implicaba un mayor coste, mientras que una distancia mayor suponía mayor dificultad para divisar el sistema de señalización de la torre anterior o posterior con los medios ópticos de la época. En la práctica, la distancia promedio entre torres fue de entre 10 y 15 km.
Las torres diseñadas por Mathé eran torres sencillas, construidas según el diseño del propio Mathé, torres de planta cuadrada de tres plantas cubiertas, de 7 metros de lado y 12 de alto, y construidas en mampostería o ladrillo con mortero de cal, y que en ocasiones estaban encaladas o enfoscadas y pintadas de ocre. Estaban pensadas como fortalezas, de modo que en caso de guerra el enemigo tuviese una mayor dificultad para interrumpir el sistema de comunicaciones. Por ello eran torres realizadas con fuertes muros de piedra o ladrillo, y se accedía a ellas a través de una puerta en la segunda planta, siendo necesario el uso de una escalera de madera de 4 metros de altura para acceder a ella. Esta escalera se podía retirar y guardar en el interior, quedando la torre inaccesible desde el exterior. Una escalera de caracol comunicaba internamente las tres plantas. En la primera planta parece ser que estaba la cocina, y presenta en sus paredes unos ventanucos abocinados que posiblemente eran aspilleras para la defensa de la torre. En la segunda planta estaba la puerta de acceso desde el exterior, a través de la escalera retirable, y en la tercera planta estaban los controles del telégrafo que estaba situado encima, y disponía de pequeñas ventanas similares a la de la primera planta. Algunas torres estuvieron rodeadas por fosos o muros para su mejor defensa.
Estas torres aún pueden verse por numerosos lugares de la geografía española, y algunas han sido restauradas, como es el caso de la torre Martín Muñoz, del municipio de Adanero (Avila), que era la torre número 11 de la línea Castilla (Línea Madrid-Irún), o la torre de Moralzarzal (Madrid), que era la torre número 5 de la línea Castilla. Éstas torres restauradas recuperaron el aspecto original que tenía a mediados del siglo XIX, al incluir el telégrafo en su parte superior. Otras torres están en la ruina y abandono (en mayor o menos grado) y muchas de ellas desaparecieron tras su abandono por parte de la Administración al ser empleadas por los lugareños como fuente de materiales para construcción. Incluso en la toponimia española se encuentran a lo largo de toda la geografía nacional numerosos cerros o montes que se llaman "del telégrafo", eco inequívoco de que en su cumbre se alzó algún día un telégrafo óptico, o que aún conserva alguna torre, en mejor o peor estado de conservación.
Detalle de la azotea de la torre restaurada de Moralzarzal, donde se observan los detalles del mecanismo de señalización de la torre. (Fotografía de Antonio López Hurtado, de Moralzarzal, Madrid). |
Torre del sistema Mathé en Arévalo (Ávila), restaurada, también de la línea Castilla. Haz clic en la imagen para ampliarla. |
Las condiciones de trabajo de los torreros eran especialmente duras. La dotación de cada estación telegráfica se componía de tres o cuatro personas, procedentes en su gran mayoría de los escalones bajos del ejército (soldados, cabos y sargentos), de los cuales hubo un excedente tras finalizar la primera guerra carlista, y que habían sido licenciados. A raíz de ello la organización de todo el sistema telegráfico adoptó una estructura de tipo militar, y los torreros formaban un escalón medio dentro de esta organización.
Durante su jornada laboral, que se extendía de sol a sol, mientras hubiese luz suficiente para divisar una torre, los torreros debían mirar regularmente a las torres anterior y posterior de la línea para comprobar si alguna de ellas se encontraba en posición de atención. Los torreros desconocían la naturaleza de los mensajes y simplemente se limitaban a reproducir el símbolo que veían en la torre anterior, para que fuese copiado por la posterior. Pero además de reproducir escrupulosamente todos los signos que veían, debían mantener en buen estado de funcionamiento su torre, responsabilizándose del orden, aseo interior, cuidado de las máquinas, limpieza y conservación de los anteojos y relojes, buen estado del armamento y municiones, utensilios y demás enseres.
Además de la dureza de los factores antes mencionados, la vida de los torreros era durísima. Al adusto clima peninsular había que añadir que las torres solían estar en lugares elevados, donde las condiciones se recrudecen, sobre todo en invierno. Los torreros prácticamente trabajaban en muchos casos en condiciones de intemperie. Se tiene constancia, por ejemplo, de la muerte de un torrero de la torre nº 31 de la línea de Andalucía, la torre de Loma del Carril (en la Sierra Morena), debido a la penosidad ambiental de esta torre, que afectaba bastante a la salud de sus torreros. A todo esto se unía además el hecho de que las deficiencias presupuestarias hacían que en demasiadas ocasiones muchas torres fuesen abastecidas por la buena voluntad de los habitantes de las localidades próximas.
El sistema de funcionamiento de una línea permitía la casi simultánea operación de todas sus torres. Cada torrero tenía la obligación de observar constantemente a las torres colaterales ("observar a vanguardia y retaguardia constante y alternativamente", decía la correspondiente instrucción). El torrero, cuando veía una señal, después de observar que el otro colateral estaba disponible, es decir, que había visibilidad y no había signo de avería, repetía en su máquina la señal que veía y la escribía en su cuaderno. Para este torrero, la torre en la que había aparecido la señal era la retaguardia y la torre siguiente a la suya la vanguardia. Los despachos debían avanzar, pues, de retaguardia a vanguardia. Izado el signo de su máquina, observaba cómo su vanguardia también lo repetía y "repetido que sea por su vanguardia volverá a observar la retaguardia, copiando fielmente el signo que ésta tendrá elevado, escribiéndolo en el cuaderno después de rectificarse como en el anterior, procediendo del mismo modo en el curso de todo el trabajo hasta su terminación". De esta forma los signos que iba izando cada estación eran vigilados por su retaguardia para asegurarse de que eran correctos, pudiendo corregirlos, si no lo eran, mediante la repetición del signo precedido del signo de error "m".
Este modo de operar suponía que el despacho avanzaba simultáneamente por toda la línea, pero la falta de un torrero en su puesto podía impedir el funcionamiento del conjunto. Por ello, una vez izada la primera señal, el torrero esperaba un tiempo a que su vanguardia lo repitiera (parece ser que hasta dos minutos), y si aquélla no lo repetía, daba por supuesto que el torrero de vanguardia estaba ausente, ponía la bola señalizadora de su telégrafo en la posición correspondiente (posición 3) y se desentendía de la vanguardia, procediendo entonces a recibir el despacho completo, y repitiendo todos los signos que iba izando para su retaguardia sólo como confirmación. En este caso el despacho quedaba en poder de la estación que había detectado la ausencia del torrero en la siguiente. Esta torre mantenía izada la señal de calificación del despacho hasta que su vanguardia contestaba. Si ésta había contestado durante el curso del telegrama, esperaba a que finalizara la recepción completa y, a continuación, se iniciaba la nueva transmisión hacia la vanguardia.
Para indicar que esta nueva transmisión no implicaba a las torres de retaguardia, la torre que la efectuaba colocaba su bola señalizadora en la 1ª posición e iniciaba la transmisión, colocando con el indicador el número absoluto 171, si la comunicación se dirigía hacia el extremo de la línea, o el 191 , si la comunicación se dirigía hacia Madrid y, a continuación, iniciaba el telegrama que estaba detenido.
El mismo procedimiento se empleaba cuando, en mitad de una transmisión, se perdía contacto visual con la torre de vanguardia, por niebla, por ejemplo. Cuando volvía la visibilidad, la torre reanudaba el mensaje en el mismo punto en que había sido interrumpido, iniciando la transmisión con la cifra absoluta 151 (que se llamaba, por ello, signo absoluto de continuación).
En cada torre existía un cuaderno del volante, que, según la Instrucción, "estará precisamente pautado y dividido en veintisiete casillas, y cada nueve de éstas, separadas clara y distintamente por una línea de tinta, para evitar la confusión de los períodos", en el cual se anotaban los despachos. También se anotaba en el mismo cuaderno la posición de la bola señalizadora de los colaterales y, si la comunicación se interrumpía, se indicaba. Para diferenciar las anotaciones que correspondían a vanguardia y a retaguardia, se consideraba que la parte superior del renglón era la vanguardia y la parte inferior la retaguardia. En el mismo cuaderno se indicaba, con números menores, la tardanza en repetir la señal los colaterales. Según la Instrucción debían darse, por término medio, cuatro signos por minuto.
El sistema de Mathé se basaba en torres que debían estar bien a la vista unas de otras, y con ello, no eran nada discretas, y el uso de las redes ópticas era para transmitir informaciones relacionadas con el orden público o la seguridad del estado, siendo los usuarios habituales el ejército, la Corte y el gobierno. Por tanto, se requería un sistema de codificación o cifrado de los mensajes, para ocultar la posible interceptación de éstos por usuarios ajenos al sistema o por guerrilleros carlistas y enemigos de España. Además, debía ser un sistema de cifrado lo más robusto posible para que fuera a prueba de atacantes.
Hasta entonces, los principales sistemas de cifrado empleados en los sistemas de telegrafía óptica se basaban en utilizar libros de códigos, que podían incluir centenares o miles de términos. Palabras o frases completas podían ser codificadas con muy pocos signos telegráficos (por ejemplo, un código numérico de tres o cuatro cifras), los cuales debían ser transmitidos símbolo a símbolo. Ello es mucho más rápido de transmitir y más sencillo que realizar una codificación del mensaje letra a letra (sustituyendo unas letras por otras) y enviar éstas signo a signo por la línea telegráfica.
En cualquier caso se requiere de algún método que codifique y cifre eficazmente los mensajes, entendiendo aquí por "eficazmente" no sólo que el cifrado sea robusto y a prueba de atacantes, sino que el mensaje cifrado sea lo más corto posible para que sea más rápido de enviar. Hay que tener en cuenta que cada mensaje había de ser retransmitido por docenas de torres repetidoras, en cada una de las cuales el operador tendrá que manipular mecanismos como palancas o ruedas, lo que impone un límite a la velocidad con que se pueden transmitir señales. Por tanto se ganaba velocidad haciendo una especie de "compresión de datos" al acortar la longitud de los mensajes codificados. Los libros de código son especialmente útiles en ese sentido, ya que permite convertir palabras o frases enteras en signos de longitud más corta.
El sistema de codificación empleado en las líneas telegráficas ópticas de Mathé empleaba tanto palabras como frases completas, que estaban recogidas en un diccionario fraseológico oficial (es un código de tipo vocabulario). Cada mensaje constaba de una cabecera y de un número de "periodos" variable. En la cabecera se incluía la fecha, hora, número de registro, número de periodos que componían el mensaje, etc...
El diccionario fraseológico o libro de códigos estaba en posesión del comandante de línea, que era el único que estaba autorizado para la codificación y decodificación de los mensajes. La codificación de mensaje se realizaba en dos etapas: Cada palabra o frase completa, e incluso letras sueltas, tenían asignada una ubicación concreta en el libro o diccionario de códigos. La codificación debía basarse en en número de página del libro donde está la frase o palabra, y en la posición que ocupa en ésta o en ul código alfanumérico correspondiente a dicha palabra o frase. Este código alfanumérico es el que debía transmitirse por la línea telegráfica empleando los signos telegráficos correspondientes.
En 1849 Mathé compuso un "Diccionario y tablas de transmisión para el telégrafo de noche y de día" para el Marqués del Duero, por entonces Capitán General de Cataluña. Cataluña estaba sometida a graves problemas de órden público debido a los gerrilleros carlistas, y ello obligó a montar una red telegráfica óptica de carácter militar en Cataluña. Este diccionario era un libro de código con más de 23.000 términos de tipo militar que incluía voces comunes, términos generales, frases militares y geografía catalana y cuyo secreto parece, en primera lectura, residir en su propia ocultación. Sin embargo, el propio Mathé da a entender que la protección de los mensajes va más allá, ya que, aunque rehusó explicar el método concreto de cifrado de los mensajes, deja entrever que dicho método existe, aunque su conocimiento quedaría restringido a los telegrafistas militares y aquellos con "necesidad de saber".
Por ejemplo, la palabra Montjuic (nombre del monte que domina la ciudad de Barcelona en cuya cima hay una importante fortaleza militar) aparece en este diccionario en la página 41, columna 15, línea 43. Se podría sugerir que el cifrado de esta palabra podría ser 411543, pero también como 414315, 431541 o cualquier otra combinación posible con dichas cifras. Incluso es posible que se considerase la posibilidad de recifrar el código, de forma que el resultado sea totalmente diferente (añadir una segunda etapa de cifrado a los mensajes fue norma habitual en los libros de código diplomáticos de años posteriores). Sin embargo, Mathé no explica cuál fue el sistema de cifrado empleado, aunque deja entrever la tendencia que seguiría la criptografía diplomática y civil de finales del siglo XIX, impulsadas por la extensión de la telegrafía eléctrica Morse.
Cuando en 1844 se dio el impulso necesario a la telegrafía óptica en España, ya se conocía la telegrafía eléctrica y se experimentaba en Europa desde hacía 4 años, dándose en algunos casos la coincidencia de las instalaciones del telégrafo óptico con la del telégrafo eléctrico en 1853. La dura orografía de la Península Ibérica fue, una vez más, un obstáculo cuasi insalvable (como había de ocurrir más adelante con el tendido del ferrocarril) para este avance en las comunicaciones.
El propio Mathé, que se esforzó mucho en la constitución de la red de telegrafía óptica española, era muy consciente desde el principio de que la red estaba condenada a muerte a corto plazo. En 1852 comenzó la construcción de la primera línea de telegrafía eléctrica en España, que uniría Madrid con la frontera francesa en Irún pasando por Guadalajara, Zaragoza, Pamplona y Vitoria. Esta línea eléctrica quedó completada en febrero de 1855 al llegar a Irún, y aunque su servicio coexistió durante unos meses con el de la línea óptica equivalente, la línea Castilla, esta última dejó de funcionar a mediados de 1855. Algunos de los torreros de la línea Castilla fueron trasladados a la línea de Andalucía. Ese año de 1855 se promulgó una ley por la que se propuso el establecimiento de una red de telegrafía eléctrica por toda España. Y finalmente, en agosto de 1857 dejó de funcionar la última línea óptica en servicio de la red nacional, la línea Andalucía (Madrid-Cádiz), abandonándose las torres que estaban en servicio, y confiándose el cuidado de los edificios a la Guardia Civil.
El telégrafo óptico permaneció en España en servicio durante más de medio siglo, ya que su sustitución por el telégrafo eléctrico en 1857 no fue total y persistió durante mucho tiempo en líneas para aplicaciones secundarias como avisos forestales, usos militares o transmisiones de campaña y en la comunicación desde la costa con los barcos próximos. Las últimas estaciones telegráficas ópticas que dejaron de funcionar, probablemente fueron parte de la red militar catalana de telegrafía óptica, a finales del siglo XIX.
La red telegráfica militar catalana fue una densa red de telegrafía óptica que se construyó en Cataluña desde mediados del siglo XIX debido al especial cariz que tomó la cuestión carlista en Cataluña por entonces. Como se ha dicho anteriormente, la segunda línea de telegrafía óptica de Mathé, que debía unir Madrid con la frontera francesa en La Junquera (Gerona) pasando por Valencia y Barcelona no se pudo constituir totalmente ya que el tramo Castellón-Tarragona pasaba por amplias zonas dominadas por los gerrilleros carlistas, al mando del general Cabrera. La llegada de Cabrera a Cataluña el 23 de junio de 1848, al mando de 10.000 soldados carlistas que comenzaron una táctica de desgaste y acoso, obligó al ejército en Cataluña a vertebrarse en torno a fuerzas militares rápidas en sus desplazamientos y permanentemente comunicados. Eso dio lugar a la creación de una red telegráfica propia en Cataluña, de carácter eminentemente militar, además de una red urbana para Barcelona.
La red miltar catalana debía permitir la rápida comunicación de noticias y despachos para combatir la pertinaz guerra de guerrillas que el ejército del pretendiente carlista realizaba desde el Pirineo hacia todo el territorio catalán. La red catalana de esta época distó mucho de ser homogénea, y de hecho parte de la red utiliza el sistema de Mathé, mientras que otros tramos empleaban otros sistemas propios. El propio Mathé fue encargado por el Capitán General de Cataluña, que era el Marqués del Duero, de la construcción de algunas de las líneas de la red militar catalana, como las que enlazaran Barcelona con Lérida, Manresa, Vic y otros pueblos del interior.
Lo que hace de esta red de telegrafía óptica sea más especial es que continuó ampliándose y en funcionamiento incluso durante la Tercera Guerra Carlista (1872-1876), hecho motivado porque en aquellos años grandes áreas de Cataluña aún no disponían de tendidos de telegrafía eléctrica, llegando a construirse más de 150 estaciones de telegrafía óptica, algunas de las cuales aún se conservan y han sido restauradas. Este gran número de torres está justificado por la especial orografía de Cataluña. Y aunque era una red de telegrafía eminentemente militar, también fue empleada para usos civiles.
A pesar del imparable avance de la telegrafía eléctrica, la telegrafía óptica se modernizó, y en el año 1856 un ingeniero francés, funcionario del servicio telegráfico de Argel, llamado M. Lescurre, inventó el Heliógrafo. Con el heliógrafo se podían transmitir señales en código Morse (código ya usado en los telégrafos eléctricos, ya existentes), mediante el uso de la brillante luz del Sol, y ello lo constituyó en un sencillo pero muy efectivo instrumento para comunicaciones ópticas instantáneas a largas distancias.
No obstante, ya los griegos habían empleado en el año 405 a.c escudos pulidos para comunicar incidencias durante la guerra mediante el uso de la luz solar. Hacia el año 35 d.c. el impopular emperador romano Tiberio rigió los destinos de su imperio desde su residencia en la isla de Capri, transmitiendo órdenes codificadas a tierra a una distancia de unos 12 km mediante el uso de un primitivo sistema de heliógrafo. Y ya en 1810 el profesor alemán Carl Friedrich Gauss, de la Universidad Georg-August de Göttingen, realizó el heliotropo, un predecesor del heliógrafo, con un funcionamiento similar en lo básico.
En el heliógrafo los rayos solares son captados y dirigidos hacia un espejo móvil incorporado en el aparato, espejo de 20 centímetros de diámetro, y que por reflexión, podían enviarse las señales en forma de intensos destellos de luz del Sol hacia donde fuera apuntado el heliógrafo. La posición del espejo móvil era controlada por el operador telegrafista, que actuando sobre una palanca, podía enviar los destellos hacia la dirección donde apuntaba el heliógrafo, o no enviarlos (girando algo el espejo, la luz solar reflejada quedaba dentro del aparato, o se enviaba al cielo). Un sistema de apuntamiento permitía orientar el espejo reflector en la dirección correcta según la posición del sol. También hubieron modelos que empleaban un espejo reflector fijo y una especie de persiana o cortinillas accionadas con una palanca que colocada delante del espejo reflector, dejaba pasar o no el haz reflejado de rayos solares.
Si el sol estaba de frente al espejo reflector, éste podía reflejar los rayos solares directamente hacia el observador distante. Sin embargo, cuando el sol estaba en sentido opuesto (de espaldas) o en una dirección muy desviada respecto al observador distante, se disponía de un segundo espejo reflector fijo que se empleaba para capturar el haz reflejado por el espejo reflector principal y dirigirlo hacia el observador distante.
Sello de Malí de 1965 conmemorativo del centenario de la UIT, con la representación del heliógrafo de Lescurre. |
El heliógrafo ideado por Lescurre era de dos espejos, y se adaptaba automáticamente al movimiento del Sol en el cielo. Para ello, el primer espejo era móvil y giraba accionado por un mecanismo de relojería alrededor de un eje de giro paralelo al eje geográfico de la Tierra, girando al rededor de este eje con un movimiento uniforme y exactamente igual al movimiento de rotacion de la Tierra sobre sí misma. Esto permitía que el primer espejo, una vez ajustada su posición, siguiera automáticamente el movimiento del Sol, no debiendo de retocarse manualmente su orientación posteriormente. El segundo espejo es fijo, y recibe el rayo luminoso reflejado por el espejo movible, reflejándolo en la dirección de apuntamiento del heliógrafo, dirección que se regulaba con la orientación del espejo fijo. Este segundo espejo está conectado mecánicamente a un pequeño resorte de acero que era actuado manualmente por el operador del aparato, resorte con el que se imprime al reflector un movimiento mas ó menos brusco, desviando la dirección de los rayos solares reflejados, lo que permite generar los destellos en la dirección correcta siguiendo el código telegráfico Morse, empleándose destellos cortos y largos equivalentes a las señales de punto y raya de la telegrafía Morse.
El segundo espejo podía ser girado manualmente alrededor de un eje de giro vertical, para poder proyectar el rayo solar relejado sobre el horizonte, barriendo con el giro del espejo una zona horizontal más o menos amplia (según el ángulo de giro del espejo) y de medio grado de altura, lo que se emplea para llamar la atención al corresponsal con el que se desea comunicar, operador de otro heliógrafo, allí donde esté. Éste, al percibir los destellos del primero, le llama y señala su posición de manera similar, y ambas estaciones orientan su segundo espejo (el fijo) para dirigir los destellos solares hacia la posición de la otra estación, pudiendo ya iniciarse ela comunicación entre ambos.
El heliógrafo de Lescurre pesaba unos 8 Kg, se colocaba sobre un trípode de madera, y se orientaba con la ayuda de una brújula y de un nivel, incorporados en el propio aparato. Además incorporaba un anteojo para poder percibir mejor los destellos de las estaciones distantes.
Los destellos transmitidos por los heliógrafos, al ser muy brillantes, se pueden percibir a distancias de hasta 50 Km o más, dependiendo del tamaño y la claridad de los espejos usados, y de la claridad de la atmósfera. A simple vista se pueden ver los destellos a distancias de hasta 50 Km, y a mucha mayor distancia se pueden observar utilizando la estación receptora un anteojo. El récord está en 295 Km, obtenido el 17 de septiembre de 1894 por el cuerpo de comunicaciones del ejército norteamericano empleando heliógrafos con espejos de 8 pulgadas cuadradas de superficie, enlazando dos estaciones, una en el monte Ellen (Utah), y la otra en el monte Uncompahgre (Colorado). Se considera que el alcance a simple vista es de unas 10 millas (15-16 Km) por cada pulgada (2,54 cm) de diámetro del espejo reflector.
Los destellos se envían en un haz estrecho, bastante directivo, por lo que no son visibles para observadores que estuvieran fuera del haz, aunque pueden ser interceptados por observadores que se encuentren dentro de la dirección del haz o muy próxima a ella. Algunos heliógrafos de aplicación militar incluyeron tubos por los que se hacía pasar el haz reflejado para disminuir la dispersión del haz y hacerlos más directivos.
Los heliógrafos proporcionan un sistema de comunicación óptica a largas distancias, difíciles de interceptar (sólo si se está situado en la dirección del haz reflejado), y son aparatos sencillos y fáciles de transportar, y por ello los heliógrafos fueron utilizados preferentemente en comunicaciones militares desde finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. El primer heliógrafo para uso militar fue desarrollado por Sir Henry Christopher Mance (1840-1926), del cuerpo de comunicaciones del ejército británico, mientras estaba destinado en Bombay (India). Basándose en los heliotropos, desarrolló un heliógrafo de muy poco peso, que podía transportarse fácilmente junto con un trípode, y que podía ser manejado por un solo hombre. El heliógrafo de Mance fue muy efectivo, y formó parte del equipamiento del ejército británico durante más de 60 años. De hecho, el heliógrafo estuvo catalogado como equipo de comunicaciones estándard de los ejércitos de Gran Bretaña y Australia hasta los años 1960's, siendo considerado un equipo de comunicaciones con baja posibilidad de ser interceptado. También se empleó bastante en vigilancia forestal y en trabajos de cartografía.
Así, por ejemplo, a finales del siglo XIX, en la guerra de los anglo-boers en Sudáfrica ambos bandos emplearon el heliógrafo. En Estados Unidos durante la campaña contra el indio Gerónimo, el ejército norteamericano estableció una red de comunicaciones entre fuertes mediante heliógrafos que se extendió cientos de millas.
Heliógrafos del Servicio de comunicaciones del ejército norteamericano, año 1898. |
Un sistema parecido, de telégrafo óptico por emisión de luz, fue empleado durante muchos años en el siglo XX en el ámbito militar para comunicarse entre sí barcos con visibilidad óptica entre ellos, y era una especie de foco luminoso que incluyen su propia generación de luz, dotados de unas cortinillas frontales plegables que al ser accionadas mediante una palanca, dejan pasar o no el haz de luz. Se trata de los dióptricos, y aunque son menos manejables que los heliógrafos, tienen la ventaja de poder emplearse en cualquier momento, tanto de día como de noche.
El telégrafo eléctrico constituye una de las primeras aplicaciones industriales de la electricidad. Con el descubrimiento de las pilas eléctricas y de los fenómenos electromagnéticos, el sistema de comunicaciones a distancia recibió un gran impulso. Se puede decir que el telégrafo eléctrico nació en la primera mitad del siglo XIX para poder transmitir noticias a mayor velocidad que la del ferrocarril (que comenzó a desarrollarse por entonces), y de hecho, tuvo su primera aplicación en las primeras líneas ferroviarias.
La electricidad electrostática ya era conocida hacía tiempo, pero su uso era muy limitado, ya que no este tipo de electricidad no podía ser generada y manejada en cantidades suficientes para aplicaciones prácticas, y era un fenómeno casi circunscrito a la experimentación en laboratorio. Pero con la invención de la botella de Leyden en 1746 por Kleist y Musscheubroek, que constituye la primera versión de un condensador eléctrico, se permitió almacenar mayores cantidades de electricidad estática, y con ello aparecieron los primeros prototipos de telegrafía eléctrica empleando la electricidad electrostática. Y todo ello años antes de que Volta inventase la primera pila eléctrica en 1802.
El 17 de febrero de 1753 apareció en la revista Scott Magazine un artículo firmado por Charles Marshall (o Charles Morrison) desde Reufrew (Escocia), en el que describe con minuciosidad el primer aparato telegráfico electrostático. El sistema se componía de tantos pares de hilos metálicos, aislados entre sí, como letras del alfabeto, esto es, 26 pares de hilos. Cada uno de ellos acababa en las puntas de un extremo en una bolita de médula de saúco, que atraía electrostáticamente un papelito con la letra correspondiente cuando se aplicaba en el otro extremo del par la electricidad estática generada por una máquina electrostática (de tipo Wimshurst).
El telégrafo de Charles Marshall no dejó de ser un experimento interesante, pues sólo consiguió comunicar dos habitaciones contiguas de su casa, todo ello debido a la poca potencia y manejabilidad de la electricidad estática. Pero habría que esperar hasta 1774 para ver construido y funcionando el primer prototipo de telegrafía electrostática fabricado en Ginebra por el físico ginebrino P. Ch. Lesage. Se trataba de un sistema similar al descrito por Charles Marshall, pero con algunas variantes.
En 1797 el canario Agustín de Betancourt utilizó botellas de Leyden en sus experimentos, capaces de almacenar mayores cantidades de electricidad estática (generada por una máquina Wimshurst), y logró enviar mensajes telegráficos entre Madrid y Aranjuez a través de una línea de 9 hilos tendida sobre postes que se montó para ello. Los hilos estaban aislados entre sí con papel y una especie de laca o gutapercha. Tras este éxito se proyectó llevar esta línea hasta Cádiz, pero debido a las dificultades que ello conllevaba en a quella época (se requerían muchas estaciones intermedias con potentes máquinas electrostáticas y baterías de botellas de Leyden para reenviar los mensajes), Betancourt se decantó finalmente por la telegrafía óptica, construyendo la primera línea de telegrafía en España.
El telégrafo eléctrico de Betancourt presentaba algunas características interesantes: La línea estaba constituida por 8 alambres de señal y uno de retorno, por lo que cualquier carácter transmitido era codificado como la transmisión de electricidad estática por unos hilos y por otros no, usando el hilo de retorno como hilo común para cerrar los circuitos eléctricos de los hilos de señal: Este esquema de transmisión de señales modernamente se podría decir que equivale a la transmisión de los caracteres alfanuméricos en forma de bytes (8 bits) por la línea: Podía enviar hasta 255 códigos diferentes por la línea, según se enviara señal eléctrica por unos hilos y por otros no.
El 16 de diciembre de 1795, el médico barcelonés Francisco Salvá y Campillo (1751-1828), estudioso de la electricidad, dio a conocer en la Academia de Ciencias de Barcelona sus resultados sobre electricidad aplicada a la telegrafía, en una memoria titulada "La electricidad aplicada a la telegrafía", siendo posteriormente invitado a hacer una demostración práctica en Aranjuez ante la Familia Real. En esta memoria incluso llegó a plantear la existencia de cables submarinos para la transmisión de señales eléctricas a través del mar.
En esta demostración, Salvá empleó un aparato de gabinete con el que transmitió señales a una distancia de unos doce metros y medio. El sistema telegráfico empleado estaba constituido por 22 pares de alambres de hierro cubiertos con cinta de papel, agrupados en dos cables de 22 alambres. Cada par estaba asignado a una letra del alfabeto español, y formaba un circuito interrumpido por explosores (contactos abiertos muy próximos) entre los que saltaban chispas al aplicar tensión electrostática. Para facilitar la observación de las descargas, en los explosores se habían intercalado unos trozos de vidrio con unas cintas de papel de estaño, en donde se hacía visible la descarga. Para producir las descargas, y por tanto las chispas, se conectaba el par que se deseaba activar en cada momento con las armaduras de una botella de Leyden (que es un condensador eléctrico), por lo que la electricidad acumulada en la botella se descargaba sobre el par y provocaba el salto de una chispa en el explosor del otro extremo del par. Las distintas botellas de Leyden empleadas eran era cargadas constantemente por una máquina electrostática adecuada. La estación transmisora era un cuadro terminal de los alambres en los que se provocaba las descargas eléctricas sobre éstos. La estación receptora era otro cuadro terminal.
Salvá consiguió unir en 1798 Madrid con Aranjuez, usando para ello la misma línea que había instalado Betancourt para su línea de telegrafía electrostática. Pero las transmisiones seguían empleando la electricidad estática, por lo que el sistema de Salvá tenía los mismos problemas que el de Betancourt para las largas distancias, y por ello tampoco prosperó. Pero aportó otras dos novedades interesantes: se podría transmitir señales por un solo alambre, usando la tierra como camino de retorno, y el uso de códigos para transmitir la información sobre un sólo hilo (algo similar a lo que Samuel Morse realizaría más tarde con su código Morse).
Francisco Salvá y Campillo |
Salvá conocía el fenómeno del galvanismo, por el cual los músculos de seres vivos, o que lleven muy poco tiempo muerto, reaccionan con un movimiento por efecto de la tensión eléctrica que se forma al poner en contacto dos metales diferentes (efecto que posteriormente Volta utilizó para crear la primera pila eléctrica). Este efecto fue descubierto por el doctor Galvani en 1794, y Salvá lo emplearía para poner de manifiesto la presencia de señales eléctricas, haciando varias pruebas con este efecto, e ideando un telégrafo que nunca se aplicó, pero que describió en una memoria que leyó el 14 de mayo de 1800 ante la Academia de Ciencias en Barcelona, titulada "El Galvanismo aplicado a la Telegrafía", en la que detallaba los experimentos realizados con un aparato de su construcción entre la azotea y el jardín de su casa, cubriendo una distancia de unos 310 metros, en el que se utilizaba como receptor de la descarga en los diversos circuitos, cadáveres o músculos de rana.
En estas experiencias se trataba básicamente de provocar el movimiento de las ancas (patas) de rana mediante descargas galvánicas a través de hilos conductores aislados. La memoria presentada describía multitud de experiencias tanto de la instalación como de las condiciones que debían de tener las ancas de rana diseccionadas, las veces que podían ser utilizadas, y explicaba la seguridad y ventajas que ofrecía el telégrafo galvánico por su sencillez y sensibilidad: "Las ranas son animales de bajo precio, que se mantienen vivas en cualquier recipiente más de dos meses, de manera que en el caso de que tuviesen que cambiarse las ancas cada dos horas de transmisión, el coste sería bajo, y el trabajo de hacerlo, de poca consideración". También comentaba que ya algún científico se había dedicado a galvanizar al hombre y a otros animales vivos, y seguramente se encontrarían otros animales más apropiados para el telégrafo que las ranas.
El 2 de febrero de 1804, en el mismo foro catalán, Salvá presentó otra memoria (que desde ese día ocupa un lugar de honor en la historia de la telegrafía) con novedades importantes, ya que ya incluye la aplicación de la pila de Volta, desarrollada entre ambas fechas. Fue la "Memoria segunda sobre el galvanismo aplicado a la telegrafía", y en ella resaltó las ventajas del telégrafo eléctrico sobre el óptico, por los inconvenientes de este último en caso de mal tiempo, la noche, y otras circunstancias desfavorables.
La aparición de la pila eléctrica de Volta en 1802, descubierta y desarollada por el físico italiano Alejandro Volta, dio un nuevo impulso a la telegrafía eléctrica, pues era una fuente de electricidad en cantidades mucho mayores y mucho más manejable que con la electricidad estática.
Tras presentar la memoria citada ante la Academia de Ciencias en Barcelona, Salvá ensayó ese año una especie de telégrafo electroquímico basado en la descomposición de una solución acuosa salina cuando por ella circula electricidad (fenómeno conocido como electrolisis). Esto da lugar al desprendimiento de burbujas de hidrógeno que surgen del electrodo negativo sumergido en la solución salina, y este desprendimiento fue la base para la creación de su nuevo telégrafo, ya que ponía en evidencia la circulación o no circulación de corriente eléctrica por un circuito eléctrico. El sistema telegráfico utilizaba una pila Volta y los conductores iban soportados sobre aisladores de vidrio, uniendo éstos el local de la Academia de Ciencias con las Atarazanas, cubriendo una distancia de un kilómetro.
Las experiencias de Salvá hoy dentro de la era espacial nos harían sonreír, pero hay que recordar que la técnica de aquellos tiempos, antes de la electricidad, se basaba en la transmisión óptica de señales, como podían ser el fuego, el humo, las banderas o brazos articulados colocados en lo alto de torreones. Sin embargo, lo más importante del pensamiento de Salvá quizá fue la visión anticipada de los problemas de instalación que plantearía la telegrafía eléctrica.
Basándose en el método de Salvá, se presentaron posteriormente nuevos y perfeccionados telégrafos electroquímicos. Así, en 1809, el profesor bábaro Dr. Samuel T. Sömmerring (1755-1830) también ensayó con telégrafos electroquímicos, pero sus ensayos no fueron mas allá de las prácticas de laboratorio. Sömmerring ensayó un telégrafo electroquímico que empleaba 35 hilos conectados a electrodos individuales de oro sumergidos en un acuario con agua acidificada y empleó las pilas de Volta para la transmisión de señales eléctricas por dichos hilos, señales que provocaban el burbujeo de los electrodos sumergidos en la solución ácida. Su telégrafo electroquimico funcionaba, pero no era práctico, ya que cada kilómetro de circuito requería un total de 35 Km de hilos. Sömmerring es conocido también por ser un prestigioso doctor que realizó diversos estudios sobre la anatomía humana. Análogamente, otro científico, Coxe, empleó en 1810 el efecto de la descomposición de sales metálicas en disolución por el paso de la electricidad para realizar otro telégrafo electroquímico.
Los denominados telégrafos de aguja se basan en el descubrimiento que realizó Oersted en 1820 sobre electromagnetismo al observar el movimiento de una aguja imantada al paso de corriente eléctrica por un conductor situado en sus proximidades. Este efecto es bien conocido actualmente: el paso de una corriente eléctrica por un conductor da lugar a un campo magnético capaz de afectar a una aguja imantada o brújula puesta muy cerca del conductor. Este método permitió, pues, poner de manifiesto la circulación de corriente eléctrica por un conductor de una manera sencilla y rápida.
A raíz de este descubrimiento, también en 1820, el físico francés Ampère propuso los reveladores telegráficos formados por agujas imantadas.
En 1832 Paul von Schilling-Cannstadt aplicó sobre el telégrafo electroquímico de Sömmerring (que como se ha dicho, está basado en el de Salvá) el descubrimiento de Oested para recibir las señales eléctricas del telégrafo y lo utilizó para mandar mensajes entre estaciones férreas. Ya desde 1830 circulaba el primer ferrocarril público entre Liverpool y Manchester, a una velocidad de 45 km/hora, y había que transmitir noticias que superaran dicha velocidad.
En 1833, en la antigua ciudad hanseática de Gotinga, los científicos alemanes Wilhelm Weber y Carl Friedrich Gauss construyeron el primer telégrafo de aguja electromagnética que unió el laboratorio de física de la Universidad y el Observatorio Astronómico de la ciudad, distantes 3 Km entre sí.
Este primer telégrafo consistía fundamentalmente en introducir o extraer una barra imantada de una bobina, lo cual originaba variaciones de corriente en la bobina por el fenómeno de inducción. En el otro extremo las corrientes eran detectadas al provocar el movimiento de una aguja imantada montada como galvanómetro, estableciéndose un alfabeto por las combinaciones de los desplazamientos a derecha e izquierda de la aguja.
El circuito telegráfico empleado estaba constituido por dos alambres de cobre, pero posteriormente Steinheil, un alumno de Gauss residente en Munich (Alemania), dio un nuevo paso adelante al descubrir casualmente, ensayando con un telégrafo entre Nuremberg y Fürth, que un circuito telegráfico podía realizarse con un solo alambre conductor, usando la tierra como hilo de vuelta: se descubrió la conductividad eléctrica de la tierra, e introdujo la "toma de tierra" en los circuitos telegráficos, que pasaron a ser de un sólo hilo.
El británico William Futhergill Cooke (1806-1876), militar retirado por razones de salud, pasó a trabajar en el recién instalado ferrocarril de Liverpool a Manchester (en 1830), y tuvo ocasión de conocer el telégrafo de Schilling. En 1837 se alió con el también británico Charles Wheatstone, y construyeron un telégrafo de cinco agujas semejante al de Schilling, que se instaló en 1839 entre las estaciones férreas de Paddington, en Londres, y West Drayton por encargo de la compañía Great Western Railway. En 1845 patentaron otro modelo de sólo dos agujas, y en 1846 ambos fundaron la "Electric Telegraph Company", desarrollando una red de 6500 Km, siendos nombrados por la reina Victoria de Inglaterra caballeros por ser dos grandes precursores del telégrafo.
Como ejemplo de funcionamiento de un telégrafo de agujas, se describirá brevemente el mencionado telégrafo de 5 agujas de Cooke-Wheatstone. Este telégrafo usaba una línea de 6 alambres, usándose uno de ellos como hilo de retorno (aunque puede ser sustituido por la toma de tierra). El transmisor era un teclado constituido por varias teclas, que permitía cerrar la batería sobre uno o dos de los hilos de la línea. El operador, al pulsar las teclas, enviaba, pues, impulsos de corriente por uno o dos de los hilos de la línea, pudiendo enviarlos con una polaridad o con otra.
El equipo receptor está en serie con los cinco o seis hilos de la línea en ambas estaciones (por lo que también el receptor de la estación transmisora es también monitor de las señales enviadas), y básicamente es un panel vertical con forma de rombo, en cuya diagonal horizontal se disponen 6 agujas magnéticas paralelas con igual espaciamiento entre ellas. Por detrás de cada aguja (detrás del panel) pasa paralelo a ésta uno de los 5 hilos de la línea.
Cuando el operador transmite una señal, envía corriente por uno o dos de los cinco hilos de línea, lo que provoca en los equipos receptores (propio y distante) que una o dos de las agujas se desvíen de su posición vertical, a derecha o a izquierda según la polaridad de la corriente enviada. El caracter transmitido dependerá de las dos agujas que se desvíen, y del sentido en que se desvíen, y para facilitar la lectura del caracter recibido, en el panel están dibujados los distintos caracteres del alfabeto utilizado, de manera que cuando dos agujas se desvían, apuntan a uno de los caracteres dibujados en el panel.
Antoine Bréguet (1804-1883), inventor francés, nieto del colaborador de Chappé y de Betancourt, perfeccionó, en 1845, su telégrafo de dos agujas, que se transformó en otro, cuyo transmisor constaba de un círculo en el que estaban grabadas las letras y cifras y sobre el que giraba una manivela con un índice que, al pasar de un signo al siguiente, producía un impulso de corriente eléctrica (gracias a un contacto eléctrico asociado a cada signo del círculo). Al mover el manubrio de un signo a otro se generaba una serie de impulsos eléctricos que se enviaban hacia la línea. En el receptor, de forma semejante, una aguja era movida por un motor eléctrico "paso a paso", el cual era accionado por esos impulsos (avanzando una posición cada vez que recibía un impulso), y la aguja iba señalando en otro círculo como el del transmisor las letras o cifras transmitidas. Una posición inicial en ambos círculos servía de sincronización o punto de partida de la transmisiones.
Este sistema en cierta manera es la versión eléctrica del telégrafo óptico de Betancourt-Bréguet, sustituyendo el enlace óptico por un enlace de hilos de cobre, y fue muy utilizado en los ferrocarriles. En España se estuvo utilizando hasta 1935-1936 en los ferrocarriles españoles.
Otros sistemas construidos por Garnier, Siemens y Halske, Wheastone, etc., fueron muy utilizados en la época, basándose todos ellos en los mismos principios.
Se conoce con este nombre a los aparatos telegráficos que conservan un registro del texto transmitido y recibido sobre una cinta de papel.
La aparición de un nuevo método simplificó considerablemente la transmisión y la recepción: el sistema Morse.
Samuel Finley Breeze Morse (Charlestown, Massachusetts 1791- Nueva York 1872), fue un joven norteamericano del estado de Massachussets, que en sus años de estudiante (en la actual Universidad de Yale) descubrió en él cierta vocación para la pintura y decidió dedicarse a ella, pero también estaba atraído por los recientes descubrimientos y experimentos respecto a la electricidad. Por una temporada, trabajó en Boston para un editor y luego viajó a Inglaterra para estudiar pintura en la ciudad de Londres, y se convirtió en un retratista y escultor de éxito. Su cuadro más conocido es el retrato de La Fayette que pintó en 1825, y se convirtió en pintor de escenas históricas. Cuando regresó a su país notó que las pinturas de escenas históricas no gustaban entre sus paisanos, por lo que dio un giro especializándose como retratista. Ya en 1825 en Nueva York era uno de los retratistas más importantes del país y era parte de los grupos intelectuales más distinguidos. En 1826 fue uno de los fundadores y primer presidente de la Academia Nacional de Dibujo. Fue profesor de literatura del Arte y Dibujo en la Universidad de Nueva York, pero también estaba muy interesado por las propiedades de los electroimanes.
Cuando estudiaba en Yale observó que si se interrumpía un circuito recorrido por una corriente eléctrica se producían unas chispas en el interruptor, y se le ocurrió que esas interrupciones podían llegar a usarse como un medio de comunicación. Esta posibilidad lo obsesionó desde entonces.
Morse viajó a Europa en dos ocasiones, en 1811-1815 y en 1829-1832, y en este último viaje se puso al día en el campo de la telegrafía eléctrica del momento. Con esta base ideó su sistema de telegrafía eléctrica cuando regresaba de Londres a Nueva York en 1832 en el barco de vapor Sully, pero hasta 1837 no hizo público su invento.
Al llegar a tierra de aquel viaje en 1832 ya había diseñado un incipiente telégrafo y comenzó a desarrollar la idea de un sistema telegráfico de alambres con un electromagneto incorporado. El 6 de enero de 1833, Morse realizó su primera demostración pública con su telégrafo. A la edad de cuarenta y un años, se internó en la tarea de construir un telégrafo práctico y despertar el interés del público y del gobierno en el aparato para luego ponerlo en marcha. En 1835 apareció el primer modelo telegráfico que desarrolló Morse. Dos años más tarde abandonó la pintura para dedicarse completamente a sus experimentos, lo cual oscurecería rotundamente sus méritos como pintor.
Morse se asoció con Alfred Vail, hombre de gran pericia mecánica, que le ayudó decisivamente a desarrollar sus aparatos, dando como resultado un gran equipo telegráfico, que fué adoptado por todo el mundo por su sencillez y simplicidad de manejo.
Un tal Jackson, conocido y paisano de Morse, quiso reivindicar la paternidad del invento, alegando haber confiado su invento a Morse a bordo del barco Sully en el viaje que hicieron ambos de regreso de Europa en 1832.
Las tres características principales del sistema ideado por Morse son: el método de "puntos y rayas" para definir las letras y los números, llamado código Morse; la posibilidad de utilización de un solo conductor de línea, con retorno de la corriente por tierra; y, sobre todo, la gran simplicidad de los elementos de transmisión y recepción, con su característico zumbido, que, por su duración, se traduce en puntos y rayas: Los códigos de señales ideados por Morse consistían en la transmisión sucesiva de uno o varias señales eléctricas de distinta duración, si bien el sistema actual de señales constituidas por impulsos eléctricos de muy corta duración, denominadas "puntos", y de duración algo mayor, denominadas "rayas", es posterior y de origen europeo, como se indica más adelante.
En 1838 Morse había perfeccionado ya su código de señales. Intentó implantar líneas telegráficas primero en Estados Unidos y luego en Europa pero ambos intentos fracasaron. Por fin, Morse consiguió que ante el Congreso de su país se presentara un proyecto de ley para proporcionarle 30.000 dólares designados a construir una línea telegráfica de 60 km de longitud. Varios meses después el proyecto fue aprobado, y la línea se extendería a lo largo de 37 millas entre las ciudades de Baltimore y Boston.
El 24 de mayo de 1844 Morse transmitió desde la Corte Suprema de los Estados Unidos en Washington a su asistente Alfred Vail en Baltimore (Maryland) el primer mensaje que se hizo tan famoso: "What that God wrought" ("¡Lo que Dios ha hecho!", una cita bíblica en Números 23:23 ). El 1 de enero de 1845, tras haber recibido una subvención del Senado norteamericano, se inauguró la línea telegráfica instalada entre el Capitolio de Washington y Baltimore. Poco tiempo después la transmisión de una noticia política y de importancia transcendental fue la que determinó la adopción definitiva por el gobierno norteamericano del telégrafo Morse.
Morse debió enfrentarse a la oposición de supersticiosos que culpaban a su invento de todos los males del mundo. Además, el invento estaba siendo desarrollado simultáneamente en otros países y por otros científicos, por lo que Morse se vio envuelto en largos litigios para obtener los derechos de su sistema, derechos que le serían reconocidos en 1854 por la Corte Suprema de los Estados Unidos.
Con su invento, Morse ganó una gran fortuna con la que compró una extensa propiedad, y en sus últimos años se dedicó a hacer obras filantrópicas, aportando sumas considerables a escuelas como Vassar College y la Universidad de Yale además de otras asociaciones misioneras y de caridad.
Retrato de Samuel Morse por Mathew Brady, entre 1855-1865 | Morse con un prototipo de su invención |
(Haz clic en las imágenes para ampliarlas) |
El aparato telegráfico de Morse constaba de dos órganos de trabajo: El manipulador y el receptor.
El manipulador (Keyer en inglés) consiste en esencia de una palanca metálica de primer género que tiene su punto de apoyo conectado a uno de los hilos de la línea. Esta palanca puede ser basculada entre dos contactos, uno de los cuales está conectado a través de la batería de corriente continua al otro hilo de la línea, y el otro está conectado al órgano receptor de la propia estación. Mediante unos resortes se mantiene levantada la empuñadura de esta palanca del manipulador, quedando establecido el circuito del receptor, y sólo cuando era accionada la palanca por el operador, abre el circuito del receptor propio, quedando éste excluido de la línea, y cierra el circuito por el otro contacto, enviándo a la estación distante un impulso de corriente eléctrica, que será registrado por el órgano receptor de la estación distante.
Manipulador telegráfico del sistema de telegrafía eléctrica Morse. En M se conecta uno de los hilos de línea, que queda conectado a la palanca metálica. R es el contacto que cierra el circuito sobre el equipo receptor (sobre el otro hilo de línea), y A es el contacto que envía los impulsos de corriente eléctrica hacia la línea. S es el muelle o resorte que mantiene la palanca en posición de reposo cuando no es usada, cerrando la línea sobre el equipo receptor. |
Manipulador telegráfico original de Morse. Diseñado por su ayudante Alfred Vail, empleaba una lámina elástica como resorte de tensión que actúa sobre la palanca. |
El receptor era otra palanca de primer género, uno de cuyos brazos es la armadura de un electroimán de dos bobinas, y cuyo otro brazo tiene un estilete que en reposo se mantiene separado (gracias a unos resortes de tensión) pero enfrentado a muy corta distancia a una cinta de papel que va desenrollándose de un tambor que es accionado por un mecanismo de relojería. Cuando el electroimán (conectado a línea a través de la posición de reposo del manipulador) recibe un impulso de corriente, atrae su armadura, y esto hace bascular la posición del estilete, el cual llega a apoyarse sobre la cinta de papel y presionarla sobre un cilindro entintado: Esto da lugar a que en la cinta quede reflejado un trazo cuya longitud dependerá de la duración del impulso recibido: Los "puntos" y "rayas" aparecen claramente diferenciados por la longitud de los trazos (así como la separación entre éstos).
Receptor escritor de Morse, modelo del año 1846 empleado en Estados Unidos. Haz clic en la imagen para ampliarla. |
Esquema de funcionamiento del telégrafo eléctrico de Morse. En reposo, la palanca del manipulador cierra la línea telegráfica sobre el dispositivo receptor. Al actuar el manipulador, la palanca bascula de posición, y desconecta el receptor de la línea, a la vez que por su otro contacto, que se cierra, conecta la batería a la línea, circulando por ésta un impulso de corriente (mientras esté actuado el manipulador) que será recibido en la estación del otro extremo de la línea y hará actuar su receptor (siempre que el manipulador asociado esté en posición de reposo). |
El electroimán del receptor podía funcionar conectado directamente a la línea telegráfica si ésta era muy corta, pero en líneas telegráficas más largas éstas ya presentan una resistencia eléctrica alta, y la corriente que circulaba por ellas correspondientes a las señales transmitidas era insuficiente para actuar los electroimanes de los equipos receptores, que eran relativamente poco sensibles. Este inconveniente se resolvió conectando a la línea en la estación receptora un electroimán muy sensible en lugar del electroimán del receptor, electroimán que actuaba un contacto asociado cuando recibía los impulsos telegráficos. A través de este contacto se establecía un circuito eléctrico que excitaba el electroimán del equipo receptor. Como este dispositivo de electroimán más sensible que operaba un contacto eléctrico tenía como funcion repetir los impulsos recibidos (para aplicarlos en este caso al equipo receptor), se denominó relay (relevador) o relé, dispositivo repetidor de señales.
Análogamente, cuando se trataba de líneas muy largas, la resistencia de la línea es ya muy elevada y las señales enviadas desde un extremo eran muy debilitadas por la alta resistencia de la línea y no tenían potencia suficiente para excitar los relés de los equipos receptores. Este gran inconveniente se solucionó fraccionando la línea en tramos más cortos. Los tramos se unían con estaciones repetidoras constituidas por muy sensibles relés, donde cada relé, al recibir los impulsos telegráficos, al excitarse operaban por su contacto el siguiente tramo de línea, repitiendo y transmitiendo sobre este tramo los impulsos recibidos del tramo anterior. Está claro en estos casos la función de los relés como dispositivos repetidores de señales.
Conjunto de telégrafo impresor de Morse, empleado en los años 1890-1915 en las estaciones telegráficas: A la derecha, el manipulador, a la izquierda el receptor escritor. |
En cuanto al alfabeto ideado por Morse, basado en combinaciones de puntos (dots) y rayas (dash) concretas para codificar cada caracter alfabético y numérico, Morse realizó un estudio largo, cuidado e inteligente de la lengua inglesa, a partir del cual dedujo cuáles eran las letras de uso más frecuente en este idioma, y asignó a éstas los códigos más breves, mientras que a las letras menos usadas asignó los códigos más largos. Este alfabeto, introducido en 1844, fue inmediatamente adoptado, al contrario de lo que había ocurrido con su equipo transmisor-receptor.
Respecto al código Morse, el usado actualmente difiere bastante del ideado por Samuel Morse, ya que éste evolucionó a lo largo del tiempo. En el siglo XIX incluso eran distintos el código telegráfico empleado por los operadores americanos (el realmente ideado por Morse), y los empleados por los operadores europeos, que encontraban el código Morse original bastante propenso a errores. En efecto, en el primer sistema telegráfico de Morse el receptor era un simple electroimán con muelle de retroceso, que actuaba con los impulsos eléctricos recibidos por la línea, por lo que sólo se escuchaban acústicamente sonidos de golpeteo ("toc") cuando el receptor recibía un impulso. Puesto que ello no diferenciaba impulsos largos de impulsos cortos (rayas y puntos), la raya se realizaba transmitiendo un punto seguido de un espaciamiento más largo de lo normal hasta el siguiente punto del carácter. Así, por ejemplo, las letras "o" e "i" se codificaban con dos puntos, y se diferenciaban en el espaciado entre ambos puntos, más largo en la letra"o" y más breve en la letra "i".
Por ello los operadores europeos pronto desarrollaron un sistema de puntos y rayas, más adecuado para los receptores telegráficos de impresión en cinta de papel, siendo uno de los más conocidos el código empleado por el imperio prusiano hacia 1852, que ya era más parecido al actual. Basado en este código, en 1859 se instituyó el "Código Europeo" o "Código Continental", que ya es casi el actual. Las variaciones que siguieron a éste código afectó principalmente a las señales que representan los diez dígitos (cifras 0 a 9). Antes del código Morse Europeo ningún código Morse de los empleados representaban las distintas cifras de manera parecida al Código Morse actual, salvo el código Bain, derivado del código Davy de 1839, y que fue empleado en muchas líneas telegráficas de Estados Unidos antes de 1848. En el código Bain las cifras 1 a 5 se codifican igual que las actuales, no así las cifras 6 a 0. Finalmente en 1912 se unificó el código Morse internacional (el empleado actualmente), y las cifras 6 a 0 se codificaron invirtiendo los códigos Bain de las cifras 1 a 5.
Código telegráfico internacional, año 1922 Es el código Morse actualmente empleado, establece los códigos actuales de los distintos caracteres, así como la duración de los distintos signos: Una raya equivale a tres puntos, El espacio entre signos de un mismo carácter es igual a un punto, El espacio entre dos caracteres es igual a tres puntos (una raya), El espacio entre dos palabras es de cinco puntos (casi dos rayas). |
Sobre la base del telégrafo original desarrollado por Morse, investigadores y técnicos de mediados del siglo XIX, y siempre con el propósito de conseguir una mayor velocidad en la transmisión, introducieron diversas modificaciones que tuvieron diferente acogida y éxito, en razón de la complejidad mecánica añadida. La transmisión múltiple y un elevado nivel de automatización lo han hecho pervivir hasta nuestros días.
Una de ellas fue desarrollada por el propio Alfred Vail, socio de Morse, que desarrolló en 1856 el sonajero o "Sounder" para sustituir el relé del receptor telegráfico. El sounder permitía la recepción del código Morse a oído, y ello fue desarrollado por el hecho de que pronto algunos operadores bien entrenados aprendieron a decodificar las señales Morse sólo por el ruido que hacía el electro del receptor al funcionar. Aunque esto al principio no satisfajo a sus jefes, estos operadores seguían prefiriendo la escucha acústica a la impresión en cinta de los telegramas, y finalmente sus jefes reconocieron que la recepción humana (a oído) era superior a la impresión en cinta, ya que ésta debía ser leída e interpretada posteriormente, proceso mucho más lento y engorroso que la recepción y decodificación a oído de los telegramas recibidos.
El sounder se utilizó durante casi 130 años de forma profesional, a pesar de los avances técnológicos del siglo XIX y XX. Básicamente un sounder es un equipo receptor en el que el electroimán doble actúa sobre la armadura de una palanca metálica ligera que bascula entre dos topes situados uno en cada extremo de la palanca. Al recibir un impulso, el electroimán actúa sobre la armadura de la palanca atrayéndola, lo que hace que el extremo de ésta golpee primero a uno de sus dos topes, generando un "clic" audible, a a vez que este movimiento almacena energía en un pequeño muelle. Al cesar el impulso cesa la atracción de la palanca y este muelle hace retroceder ésta a su posición de reposo, golpeando el otro extremo el segundo tope y generando así un nuevo "clic" audible.
El nivel sonoro de ambos clics ha de ser similar para conseguir una recepción efectiva a oído, y el volumen se ajusta ajustando la tensión del muelle así como el espaciado entre los topes y el extremo de la palanca (que también afecta a la velocidad máxima de transmisión). El sounder estaba montado sobre una base de madera, que actuaba como amplificador mecánico del sonido.
Conjunto constituido por el manipulador telegráfico
(derecha) y un receptor "sounder" (izquierda)
El rápido desarrollo de la telegrafía en aquella época hizo que los operadores telegrafistas de la época debieran de transmitir gran cantidad de mensajes, y pronto aparecería una enfermedad profesional lamada "Telegrapher's Paralysis" o "Brazo de cristal", hoy llamada "Síndrome del tunel carpal" o "Síndrome del carpiano rígido" (Carpal Tunnel Syndrome, CTS en siglas inglesas). Este síndrome es una especie de parálisis de las articulaciones de la muñeca, y que creaba una invalidez total para desarrollar el oficio. Este problema surgió en la Norteamérica de los años 1850-1860's, años en los que se crearon en Estados Unidos muchas pequeñas ciudades como consecuencia del crecimiento de las redes de ferrocarril al extenderse éstas por todo el país, desde el este hacia el oeste. Cada red de ferrocarril incorporaba su propia red telegráfica, que además servía de red de comunicaciones pública, y sustituían con ventaja a los Pony Express (la famosa red de mensajería a caballo que se instauró por aquellos años para enlazar el este con el oeste norteamericano).
Desde principios de la invención del telégrafo eléctrico por Samuel Morse en 1836 (patentado en 1840) y sus primeras transmisiones en 1844, los operadores de las líneas telegráficas operaban con una llave telegráfica manual o manipulador, que se operaba empujándola verticalmente (operando sobre un pomo unido a la barra de la llave). Dado que un operador telegrafista podía llegar a enviar entre 20 y 25 ppm (palabras por minuto) de modo continuo durante tiempos del orden de media hora, tras el cual debía hacer un descanso, era normal que el brazo y la muñeca se resintieran de ello, y con el tiempo, podía causar daños temporales o permanentes a los cartílagos, tendones, músculos y nervios de la mano con que operaba la llave, que conducían a este síndrome sin cura alguna, y que sufrieron la gran mayoría de los miles de telegrafistas de las oficinas de telégrafos de Estados Unidos durante esos años.
Ello motivó que se buscaran nuevos diseños de los manipuladores telegráficos para paliar este grave inconveniente. Los primeros fueron los manipuladores conocidos como "camelback" o de giba de camello, que se caracterizan por tener una especie de joroba en su barra principal en la zona donde pivota ésta, característica que los distingue claramente. No fue tanto una innovación decorativa, sino que se buscaba una mayor comodidad y practicidad en su operación, reduciendo el cansancio del operador, e intentando con ello suprimir la aparición del citado síndrome.
Uno de los primeros manipuladores de tipo "Camelback"
Pero no fue hasta 1888 cuando el ingeniero norteamericano Jesse H. Bunnell inventó un manipulador de barra que pivotava horizontalmente (y no verticalmente), que era operada lateralmente mediante una empuñadura. Fue el inicio de los manipuladores horizontales, los cuales sí evitaban el síndrome del túnel carpal.
Este tipo de telégrafos se caracteriza porque al transmitir se imprime el mensaje, lo que ocurre al mismo tiempo en el receptor.
Este sistema fue patentado en 1855 por el profesor David Edwin Hughes, es conocido como de "Telégrafo de tipos" o "Teleimpresor". Hughes fue un genio de su época, era de nacionalidad inglesa (nacido en Londres en 1831), pero su familia emigró a EE.UU. cuando aún era niño, estableciéndose en Virginia en 1838 y después en Kentucky desde 1850, donde empezó su carrera académica ese año a la edad de 19 años. Su teleimpresor fue su gran aportación a la ciencia y las telecomunicaciones. En 1876 Graham Bell patentaba el teléfono y se iniciaba la telefonía, a la que en esos primeros años de la incipiente telefonía el profesor Hughes aportó algunos importantes avances que mejoraron los primeros aparatos telefónicos.
El teleimpresor de Hughes estaba dotado de un teclado similar al de un piano, y podía transmitir e imprimir hasta 60 palabras por minuto, frente a las 25 por minuto del sistema Morse. Fue adoptado por compañías telegráficas de Estados Unidos (1857), Francia (1862), Inglaterra (1863), Prusia (1865) y España (1875). Es el tipo más perfecto de los aparatos impresores de movimiento sincrónico que se empleó en líneas de tráfico medio.
Los teleimpresores fueron los primeros que imprimieron los despachos telegráficos en caracteres claros, es decir, caracteres alfanuméricos ordinarios y por tanto legibles, no siendo por tanto necesaria su posterior traducción, como ocurría con los despachos telegráficos en código Morse.
Cada aparato teleimpresor disponía de una rueda de tipos (caracteres alfanuméricos) cuyo giro era accionado y controlado mediante un mecanismo de relojería. En una línea con teletipos, en los teleimpresores de cada extremo sus ruedas de tipos giran con velocidades absolutamente iguales entre sí, accionadas por el mecanismo de relojería. Por ello, si las dos ruedas tienen el mismo punto de partida en el mismo momento, ambas presentarán siempre la misma letra en el mismo punto del espacio, esto es, giran totalmente sincronizadas: Cuando en la estación de origen se encuentra una letra o tipo en el punto más bajo de la rueda, la misma letra se halla igualmente en el punto más bajo en la estación de llegada y, si en este mismo momento se envía un impulso de corriente que, a través de un electroimán receptor, produzca la proyección de una cinta de papel contra la rueda (cuyos tipos están entintados), esta letra es la que se imprime en la cinta. Al cesar el impulso de corriente, el electroimán desactúa y adicionalmente provoca el avance en una posición de la cinta de papel, quedando lista para imprimir el siguiente tipo a continuación del anterior cuando el electroimán receptor vuelva a recibir un nuevo impulso procedente de la estación transmisora.
Otro telégrafo impresor fue desarrollado por Wheatstone, era un telégrafo automático, basado en una cinta perforada en la cual los puntos estaban representados por dos perforaciones hechas en perpendicular (una sobre otra) y las rayas por dos perforaciones pero puestas en diagonal, es decir, con "un espacio" de diferencia.
En definitiva, los teleimpresores eran telégrafos mucho más complicados y costosos que el de Morse, pero ofrecía a cambio una mayor velocidad de transmisión, casi el triple, y además tenía una particularidad: Cuando se transmitía, el receptor de la estación transmisora también imprimía el mensaje, por lo que servía de comprobación del mensaje transmitido.
Telégrafo impresor de Hughes. Haz clic en la imagen para ampliarla. |
Cuando en España todavía se estaba intentando terminar la red telegráfica óptica, el Gobierno encomendó, el 7 de mayo de 1852, a Mathé el estudio de los sistemas de telegrafía eléctrica en uso existentes en el extranjero para la adopción del más adecuado en España. Cinco meses después, Mathé entregó al Gobierno una memoria en la que exponía las ventajas de la telegrafía eléctrica sobre la óptica y se decantaba por el sistema de Wheatstone de dos agujas, que sólo necesitaba dos alambres como línea de comunicación. Pero la rápida expansión del sistema Morse en toda Europa hizo que la Administración Española cambiase de sistema y adoptase el telégrafo de Morse y el código Morse a instancias de Mathé, entonces director general de Telégrafos.
El gobierno español depositó en Mathé su confianza para establecer una línea general de telegrafía eléctrica de Madrid a Irún, pasando por Zaragoza y Pamplona, con un ramal de Zaragoza a Barcelona y otro desde Alsásua a Bilbao. El 6 de octubre de 1852 se creó un Cuerpo especial facultativo para atender este nuevo servicio de telegrafía eléctrica. Un mes después se dio vía libre a la construcción de la línea general telegráfica. El presupuesto de Mathé para las obras de la línea ascendía a 1.544.720 reales. El 5 de junio de 1854 se cursó el primer telegrama por telegrafía eléctrica desde Guadalajara a Madrid, por la nueva línea que se estaba construyendo hasta Irún. El 11 de agosto se cursó el primer telegrama con la estación de Zaragoza, el 18 de octubre con Pamplona, el 19 de octubre con Bilbao, el 22 de octubre con San Sebastián, y el 27 de octubre, con Irún.
La llegada del telégrafo eléctrico a Irún, junto a la frontera con Francia, posibilitó la conexión internacional de esta primera línea nacional de telegrafía eléctrica, enlazando con las líneas francesas, ya que en Francia telegrafía eléctrica ya había desplazado al sistema óptico de Chappé. Y así, el 8 de noviembre se transmitió el primer telegrama entre Madrid y París, el discurso de la apertura de las Cortes Constituyentes españolas por la reina Isabel II. Y por deseo expreso de Isabel II, la red de telegrafía eléctrica española fue de carácter público, a diferencia de la red de telegrafía óptica, que estuvo al servicio exclusivo del estado. La Real Orden del 25 de febrero de 1855 establecía el carácter público de la nueva red de telegrafía eléctrica.
El buen resultado de esta primera línea de telegrafía eléctrica española (Madrid-Irún) aconsejó al Gobierno español para extender la telegrafía eléctrica a todo el estado español, y el 24 de abril de 1855 la Gaceta de Madrid publicaba una ley, aprobada y sancionada por Isabel II dos días antes, por la cual "Se autoriza al Gobierno para plantear un sistema completo de líneas electro-telegráficas que pongan en comunicación a la Corte con todas las capitales de provincia y departamentos marítimos, y que lleguen a las fronteras de Francia y Portugal..." . Este proyecto además establecía la construcción de cinco líneas radiales que partían de Madrid: Nordeste (a Zaragoza e Irún, con ramal a Barcelona y la frontera francesa), Este (a Valencia y Cartagena), Sur (a Málaga y Cádiz), Oeste (a Cáceres y Badajoz) y Noroeste (a Galicia y Asturias). Para el proyecto se concedió un crédito de 15 millones de reales, a hacer efectivos en dos años. Esta ley ya hablaba del reglamento del Cuerpo de Telégrafos. Este cuerpo se creó prácticamente al mismo tiempo que se aprobó esta ley. El reglamento del Cuerpo de Telégrafos se aprobaría posteriormente mediante la Real Orden del 31 de marzo de 1856. Y el 31 de junio de 1856 José María Mathé fue nombrado Director General de Telégrafos, cargo que ocupó hasta su jubilación el 13 de agosto de 1864.
En los diez años que median entre 1854 y 1863 quedó constituida la primera red de telegrafía eléctrica, sobre la base de una red de estructura radial que, partiendo de Madrid, enlazaba con todas las capitales de provincia y principales ciudades incluyendo a Baleares y Ceuta, pero dejando fuera a Canarias y a Melilla. Estas líneas principales estaban unidas entre sí por otra serie de líneas transversales.
A diferencia de lo que ocurría en otros países, en España, al no estar desarrollado el ferrocarril, las líneas telegráficas no seguían el curso de las vías ferroviarias, sino que discurrían por caminos atravesando los campos y las montañas.
En 1857 el gobierno español abandonó definitivamente el sistema de telegrafía óptico de Mathé, quedando sólo en servicio algunas líneas de carácter secundario, y a finales de ese año prácticamente estaban ya constituidas todas las líneas de telegrafía eléctrica proyectadas en la ley del 22 de abril de 1855, entregándose las líneas pendientes en los siguientes meses. Así, el 1 de mayo de 1858 quedaron establecidas 34 líneas telegráficas con 6.500 kms de recorrido, y 117 estaciones fueron abiertas al servicio público, ascendiendo el coste total de las líneas telegráficas a 17.562.469,95 reales.
Establecida esta primera red nacional de telegrafía eléctrica, que era de tipo radial ya que todas las líneas partían de Madrid, el estado inició los trabajos para ampliar la red nacional con nuevas líneas telegráficas que unieran las líneas telegráficas principales para dar caminos alternativos a éstas, con lo que la red telegráfica se fue ampliando en años sucesivos adoptando una estructura en malla, cuyo foco estaba en Madrid. Y así, en 1863 ya habían construidas 10.000 km de líneas. Al terminar el siglo XIX se había alcanzado la cifra de 32.494 km.
La telegrafía óptica, a la que tantos esfuerzos dedicó Mathé, no desapareció en España inmediatamente tras la establecerse la red de telegrafía eléctrica. Algunas redes ópticas siguieron siendo usadas en las regiones montañosas catalanas y en el Bajo Ebro, zonas donde la actividad carlista hacía estragos en las líneas telegráficas eléctricas. Incluso la última línea de telegrafía óptica, que se extendía por las provincias de Tarragona, Teruel, Zaragoza, Valencia y Castellón, fue terminada en 1875, año en que falleció José María Mathé.
La telegrafía eléctrica fue vista por el Estado como un instrumento de la centralización del poder, pero al ser una red pública, tuvo otros importantes usuarios, como los periodostas de la época, que vieron en ella un medio para difundir más rápidamente las noticias, y por los empresarios y políticos, ya que les permitía conocer con bastante rapidez las cotizaciones de la Bolsa nacional y extranjera, así como los acontecimientos políticos. La recaudación por los telegramas en diciembre de 1858 ya fue de 300.000 reales.
El telégrafo llegó a ser algo habitual para la sociedad de mediados del siglo XIX, pero quedaba todavía un obstáculo que salvar por la telegrafía: el mar.
Entre las islas y los continentes se seguía recurriendo al mensaje transportado por barco, necesitando unos días o varios semanas (según distancia) para llevar cartas y mensajes.
Como en tantos logros conseguidos por la ciencia, una vez más se puso de manifiesto que los investigadores españoles han sido pioneros en muchos de dichos logros, y en las comunicaciones telegráficas a través del mar también hubieron pioneros españoles.
La primera referencia escrita que se conoce sobre cables submarinos para transmisión de señales telegráficas se debe al español Francisco Salvá y Campillo. El 16 de diciembre de 1795 Salvá, en la Memoria presentada en la Academia de Ciencias de Barcelona, resaltó las ventajas del telégrafo eléctrico sobre el óptico para comunicar a dos pueblos separados por el mar, y escribió:
"En ninguna parte pueden establecerse mejor los telégrafos eléctricos. No es imposible construir o vestir las cuerdas de los 22 alambres de modo que queden impenetrables a la humedad del agua. Dejándolas bien hundir en el mar, tienen ya construido su lecho, y sería una casualidad bien rara que alguno llegase a encontrarlas y descomponerlas, en su consecuencia, conduciendo los cabos hasta los parajes o casas donde se establezcan las máquinas eléctricas y sus respectivos instrumentos, podrán comunicarse todas las noticias del mismo modo y con mayor prontitud que se hace por tierra con los repetidos telégrafos. Los ingleses Watson, Bewis y otros hicieron, en 1747, entrar parte del Támesis en la cadena por la que debía pasar la descarga de la botella de Leyden, y el haberse experimentado que sirvió perfectamente el intento, hace pensar si bastaría para el telégrafo que la sola cuerda de 22 alambres corriese todo el trayecto de la mar, y si el agua de ésta supliría por la segunda mitad".
Los primeros experimentos de transmisión de señales telegráficas mediante líneas acuáticas se realizaron inicialmente a través de ríos y mares. Aaí, en 1811 el médico alemán Dr. Samuel T. von Sömmerring (1755-1830), el cual ya realizó ensayos con un telégrafo electroquímico, desarrolló el primer cable acuático, con el que consiguió transmitir señales telegráficas a través del Río Isar, en Munich. Posteriormente, en Estados Unidos, el propio Samuel Morse tendió otro cable acuático en el puerto de Nueva York en 1842, y E. Cornell tendió en 1845 el primer cable acuático a través del Río Hudson, entre Nueva York y Puerto Lee. Otros cables se tendieron posteriormente a través del río Mississippi.
Pero no es hasta 1850, ya con la telegrafía eléctrica de Morse en plena expansión, cuando se registraron varios intentos fallidos de establecer cables telegráficos submarinos, siendo finalmente en 1851 cuando entró en funcionamiento un cable telegráfico submarino tendido en el Canal de la Mancha entre Dover (Inglaterra) y Calais (Francia), ideado y construido por el inglés Wheathstone. El éxito de este cable submarino invitó a otras tentativas similares y pronto muchas islas se unieron telegráficamente con sus continentes. Pero quedó pendiente el grave problema de los océanos para unir continentes, y por entoces se planteó si no sería mejor y más barato unir Europa con América a través de Alaska y Siberia en lugar de enlazar ambos continentes con un frágil cable submarino que atravesara el Atlántico.
Los adelantos científicos y tecnológicos contribuyeron decisivamente al rápido desarrollo de la red telegráfica submarina. Para que esto se hiciera realidad, los científicos que trabajaron en este campo hubieron de superar tres grandes obstáculos que no se daban en las líneas terrestres: Por un lado el aislamiento de los cables, ya que debían ser sumergidos en agua marina, la cual es muy conductora y además corrosiva. El aislamiento debía ser eléctricamente perfecto, y constituido por un material que soportara sin deteriorarse la salinidad del agua. Por otro lado, debían ser cables mecánicamente reforzados, ya que debían soportar la gran presión hidrostática del fondo marino, la fuerza de las corrientes marítimas, mordeduras de tiburones, y posibles rozamientos y erosiones debidos a diversos agentes mecánicos del fondo marino. Y por último, otro gran obstáculo era que en las líneas de gran longitud (como podían ser las líneas que atravesaran el océano) la resistencia de éstas era muy alta y las señales eléctricas transmitidas se debilitaban mucho, y no se podían equipar estaciones repetidoras en puntos intermedios del cable submarino (se podía solventar en parte este problema utilizando cables gruesos para disminuir su resistencia eléctrica, y operar con tensiones eléctricas de valor elevado).
Estos aspectos se fueron mejorando, y con ello las redes se multiplicaron. El 5 de agosto de 1858 los buques Agamemnón y Niágara tendieron a través del Océano Atlántico un cable de 3.240 km de longitud que unió Irlanda con Terranova (Canadá), pero quedó fuera de servicio tras 27 días de servicio, por el error cometido por un operador que aplicó métodos de señalización terrestre sometiendo el cable a una tensión de 2.000 voltios que provocó un fallo en el sistema de aislamiento del cable.
Un año después se intentó con otro tipo de cable, y la reina de Inglaterra envió por medio de él un mensaje de saludo al presidente de los Estados Unidos, que lo recibió y lo contestó. Sin embargo pronto se vio que algo no funcionaba, quedando el cable fuera de servicio tras unos cuantos días de estar operativo. Se sacaron a flote algunos pedazos del cable y se dieron cuenta que la salinidad del mar corroía el cable con gran rapidez. El tipo de aislante que recubría el cable no era el adecuado para soportar la salinidad del mar.
En España en 1859 comenzaron los trabajos para tender una red de cables submarinos entre la península y las Islas Baleares, estando proyectado un cable submarino entre Barcelona y Menorca, con una longitud de 335 Km. Pero debido al inicio de la guerra con Marruecos, en octubre de ese año se aprovechó ese cable para tender el primer cable submarino español entre Tarifa y Ceuta. Pero dicho cable sólo llegó a funcionar 20 días, dejando de funcionar el 8 de enero de 1860 al quedar dañado y quedar irrecuperable a causa de los fuertes temporales que tuvieron lugar en la zona marítima del Estrecho.
En 1860 la reina Isabel II, con motivo de un viaje a las islas Baleares, ordenó acelerar el proyecto del establecimiento de cables entre las islas de éstas con la Península, reemprendiéndose en mayo de 1860 los trabajos de tendido de cables submarinos con las Islas Baleares. Cuatro cables submarinos (Valencia-Jávea-Ibiza, Ibiza-Mallorca, Mallorca-Menorca, y Menorca-Barcelona) constaban este tendido submarino, al que hay que añadir unos 270 Km de líneas terrestres complementarias. El tendido se completó el 16 de enero de 1861, al finalizar el tendido del cable entre Mahón (Menorca) y Barcelona.
A partir de ese momento se establece una gran red entre la Península y las diferentes islas españolas, e incluso algunas de estas islas servirían como amarres de cables submarinos procedentes de otros países (conectados a rutas extranjeras). Incluso en 1861 se llegó a proyectar un cable submarino con Cuba, la cual aún era una provincia española, pero la compañía inglesa a la que se encargó el tendido del cable no cumplió sus compromisos. El cable debería pasar por Cádiz, Islas Canarias, Cabo Verde, San Fernando de Nohonha, la costa de Brasil, las Guayanas, Pequeñas Antillas, Puerto Rico, Santo Domingo y Cuba. Se pretendía que La Habana fuera una estación telegráfica de todo el tráfico telegráfico trasatlántico.
En 1865, y con la experiencia del anterior y fallido cable trasatlántico, se consiguió tender un nuevo cable entre Irlanda y Terranova, que funcionó satisfactoriamente, y que estuvo funcionando hasta la década de 1960, prácticamente durante un siglo. Cuatro años más tarde los franceses unieron Brest con la isla de Saint Pierre et Miquelon (junto a Terranova, Canadá). En 1867 se enlazó Cuba con el continente americano, con el tendido de un cable desde Punta Rosa (Florida) a La Habana. Otros cables submarinos fueron tendidos por británicos, franceses y norteamericanos, que trabajaron parcialmente.
Con estos cables submarinos, en 1870 el hilo del telégrafo ya unía todo el mundo, y en 1903 el presidente norteamericano Theodore Rooselvet lanzó su primer mensaje alrededor del mundo, mensaje que volvió a Washington 9 minutos más tarde.
Mientras, en Canadá Sir Sandford Fleming (1827-1915) propuso en 1879 la instalación de una línea telegráfica "enteramente británica" mediante un cable submarino que enlazara la isla de Vancouver (en la costa oeste de Canadá) con Southport (Australia), así como con Auckland (Nueva Zelanda). Dicha línea se realizó y se inauguró el 31-10-1902, enviándose al día siguiente el primer mensaje desde Australia al Gobernador general de Canadá, siendo el primer mensaje enviado por este cable de 13.000 Km de longitud a través del Océano Pacífico.
En España en la última década del siglo XIX y la primera del siglo XX se consiguió unir por cable la Península y Canarias, las islas de Canarias entre sí, y el norte de Africa (protectorado español por entonces), Ceuta y Melilla, con Almería y Estepona (Málaga).
Fernando Fernández de Villegas - EB3EMD (Barcelona)
Trabajo realizado a partir del libro "Colección Histórico-Tecnológica de Telefónica"
y complementado con artículos sobre el tema de Fco. José Dávila Dorta (EA8EX), del
libro "Del semáforo al satélite" (de la U.I.T.- Ginebra 1965), y de diversos otros
artículos encontrados en Internet.
También: Amigos del telégrafo
Actualizado: Enero 2012